Cuatro años solía ser el tiempo que abarcaba una legislatura, pero en los últimos cuatro años ya ha habido tres. Y la última está a punto de no cumplir ni los seis meses de vida. Desde que en el 2015 el rojo y el azul del hemiciclo del Congreso abrieron hueco a naranjas y morados, alcanzar pactos que alumbren nuevos gobiernos se está convirtiendo en misión imposible. La España del multipartidismo ha traído consigo una investidura fallida, la repetición de los comicios, una moción de censura exitosa y un adelanto electoral, pero los partidos siguen sin aprender a ponerse de acuerdo.

Pese al imperio del bipartidismo, las mayorías absolutas no han sido la norma en democracia, y los partidos han necesitado de pactos. Pero la singularidad española es que esos acuerdos nunca habían llegado hasta el Gobierno. "Lo que hay es una inercia, a nivel estatal no se han necesitado pactos y los que se han hecho han sido de forma vergonzante y muy criticada", indica el politólogo Oriol Bartomeus.

José María Aznar se aseguró la legislatura con el apoyo de la CiU de Jordi Pujol en 1996, apenas unos meses después de que, a las puertas de la sede de la madrileña calle Génova, los militantes del PP corearan: "Pujol, enano, aprende castellano". Del mismo modo, los nacionalistas aseguraron la investidura de Felipe González en 1993 o de José Luis Rodríguez Zapatero en el 2004.

"Los partidos de ámbito no estatal han sido comodín para PSOE y PP, pero ninguno quería dar el salto a formar parte del Gobierno, era más fácil jugar a esa cierta esquizofrenia de colaboración y oposición a la vez", señala el catedrático de Ciencia Política y de la Administración, Juan Montabes. Porque a los nacionalistas les ha bastado siempre con arrancar un pellizco para la comunidad autónoma. Pero cuando los pactos tienen que darse entre partidos con vocación estatal, encontrar espacios de colaboración se hace más difícil.

"La fragmentación obliga al pacto, pero también estamos en una situación de mayor polarización, más radicalidad en los planteamientos y posturas más enrocadas", indica Bartomeus. La profesora de Ciencia Política Ana Sofía Cardenal apunta otra clave: el sistema está pensado para generar estabilidad y "es muy difícil deshacer gobiernos", así que es lógico que también sea difícil construirlos.

LAS ALIANZAS AUTONÓMICAS

Pero lo que parece imposible para la Moncloa ya se da en 13 de los 17 gobiernos autonómicos, donde se han cerrado pactos de coalición. Para Bartomeus, el motivo es "el poder, porque 40 años después del Estado autonómico" se sigue "entendiendo que el Gobierno central es el poder". "La visibilidad de la política nacional es mayor", coincide Cardenal. Pero la razón más obvia está en la "necesidad", como señala Montabes. "Como ocurre en Alemania con los 'landers', las comunidades son centros de experimentación, hay menos reticencias a pactar".

La legislatura anterior sirvió a las comunidades para abonar el terreno de las coaliciones, con acuerdos de investidura previos que ahora desembocan con naturalidad en gobiernos compartidos. Lo que habría cabido esperar con PSOE y Unidas Podemos después de 11 meses de colaboración.

Los expertos consultados coinciden en que la izquierda tiene más dificultades para pactar, aunque por motivos diversos. El primer escollo es la competición electoral y "la pretensión del PSOE de recuperar al electorado de Unidas Podemos, que cree que le pertenece", señala Montabes.

Pero también hay competición en la derecha, y esta no impide los pactos. "Es más difícil ponerse de acuerdo para transformar o cambiar cosas, que es la razón de ser de la izquierda, que para mantenerlas o conservarlas, más propio de la derecha", indica Cardenal. "A los votantes de los partidos de izquierda no solo les importa alcanzar el poder, también son escrupulosos con los medios para alcanzarlo, y esto aumenta las dimensiones de discrepancia", añade.

ESCEPTICISMO O MIEDO

Bartomeu apunta al "sustrato histórico", a enfrentamientos repetidos desde los años 30 que no se dan en la derecha, "que cuando está en disposición de alcanzar el poder no tiene problemas en pactar para alcanzarlo". Y esta idea que arrastra la historia se va reforzando a cada intento infructuoso de acuerdo, lo que genera que cualquier atisbo de pacto genere escepticismo o "se mire con miedo". Porque los partidos de izquierda son más descentralizados, hay más "caos", y se impone la idea de que el Gobierno que resulte será inestable y poco homogéneo.

Otro de los motivos lo encuentra Bartomeu en Podemos, que nació hace cinco años como contraposición al sistema, por lo que "el paso para convertirse en partido de Gobierno es más complicado". Y ello afecta también a su posible socio, el PSOE, que lo mira con cierta "displicencia". "Esa diferencia no existe entre PP y Ciudadanos", insiste Bartomeu. "La gran preocupación del PSOE es dejar vacío el centro, y dar a Podemos fuerza de partido de Gobierno, algo que hasta ahora era una ventaja exclusiva del PSOE en la competición de la izquierda", dice Cardenal.

PORTUGAL, LA EXCEPCIÓN

En el resto de Europa, hay pocas experiencias de partidos socialdemócratas que hayan pactado únicamente con formaciones a su izquierda. Portugal sería la excepción, y durante las negociaciones del 2016, parecía ser también la inspiración de Pedro Sánchez, que finalmente optó por mirar al centro y sellar un acuerdo con Cs. "El PSOE cree que en otras elecciones sus resultados serían mejores", continúa Cardenal, aunque a su juicio no está midiendo que "el electorado de izquierda se desmoviliza con más facilidad".

Todos los expertos coinciden en una idea: el bipartidismo es cosa del pasado. "Podrá haber mayorías puntuales en elecciones dramáticas", indica. Pero que los partidos aprendan a pactar, afirma, es "una necesidad, no un capricho". De no alcanzar acuerdos, las del 10 de noviembre serán las cuartas elecciones generales en cuatro años.