Cuentan sus compañeros de instituto todavía con cierta sorna que nadie le hizo caso cuando, de adolescente, se encadenó a la puerta de la clase para protestar… atado con celo. Ramón Espinar dimitió ayer de todos sus cargos tras constatar el ninguneo de la dirección estatal de Podemos. No fue santo de la devoción de Pablo Iglesias ni tampoco de Íñigo Errejón, que le hicieron luz de gas desde que le conocieron, en la facultad de Ciencias Políticas, y en el colectivo Juventud sin Futuro, embrión Podemos.

No estuvo entre los fundadores de Podemos y quienes sí lo fueron no le consideraron un igual, sino más bien un dirigente útil para asignarle determinadas misiones a ejecutar desde sus múltiples cargos. Cumplió la más importante: encabezó la candidatura pablista contra Rita Maestre (errejonista) en la disputa por conseguir la dirección del partido en la Comunidad de Madrid, algo que logró pactando con los anticapitalistas. Y por los pelos. 2.000 votos de diferencia en una campaña marcada por la polémica del piso de protección oficial que vendió por más de lo autorizado.

Volvió a los titulares con la controvertida fotografía en la que tomaba Coca-Cola en el Senado mientras su partido hacía campaña en contra de esa marca. Cuando Iglesias hizo las listas para la próxima legislatura, le pidió un puesto de salida que le permitiera ser diputado. El secretario general no se lo concedió y ahora lo enviaba a competir contra Errejón. Espinar se marcha antes de quedarse, quizá sin nada, en mayo.