No me veo siendo presidente virtual, de un país virtual, en una sociedad anímica e institucionalmente devastada». Estas palabras se las atribuye Santi Vila en su De héroes y traidores a Carles Puigdemont. Más que la alusión a la virtualidad de la república, lo importante de la reflexión es la devastación que Puigdemont observa en Cataluña. Que es, además de institucional, «anímica». Porque Cataluña con el procés ha entrado en una burbuja de irrealidad que Joan Coscubiela, en su libro Empantanados, califica de «disonancia cognitiva» que se caracteriza con la pelea entre dos realidades, una ilusoria y otra fáctica. La república catalana sería la primera y el desastre político del país, la segunda. Gabriel Colomé en La Cataluña insurgente se refiere a la «espiral de silencio» que se produce cuando «un bando tiene la fuerza suficiente como para amenazar al contrario con el aislamiento, el rechazo, el ostracismo». O sea, lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en Cataluña.

La espiral de silencio es un cáncer para la libertad de las sociedades. En su libro Una comunidad ensimismada, el gran filósofo catalán y diputado del PSC en el Congreso Manuel Cruz lo dice así: «Parece claro que sufre un considerable déficit democrático una sociedad en la que sus ciudadanos acaban sometidos a lo que se ha denominado […] espiral de silencio, y prefieren mantenerse callados ante el miedo -manifiestamente inducido desde el poder- a quedar aislados o, peor aún, a recibir algún tipo de reproche social». Y sigue Cruz: «Por supuesto que cuando se intenta plantear esta cuestión en el espacio público catalán no faltan respuestas […] que tildan de exagerado, cuando no de caricaturesco, dicho planteamiento».

Estos autores y otros están denunciando que en Cataluña se desenvuelve un discurso canónico y prepotente que es el que autoriza a plantar al Rey en un evento, lanzar un mitin -lo hizo el presidente del Parlament- en un acto profesional o desafiar la pluralidad catalana en aras de una legitimidad alternativa a la del Estado. Hasta que un grupo de empresarios de habla alemana instalados en Cataluña increparon a Roger Torrent el pasado martes en el Círculo Ecuestre. Más allá de las formas de la interpelación, mejorables, es evidente que el silencio social ha permitido que el independentismo -agarrotando a los medios públicos de comunicación y a una parte no pequeña de los privados- haya impuesto su relato. Los empresarios alemanes lo han roto sin eufemismo alguno.

La propuesta de Tardà

En Madrid, las portadas de los periódicos han recogido con profusión al rotundo germano Karl Jacobi increpando a Torrent y en los cenáculos de la capital ha regresado aquel perverso remoquete de «antes alemanes que catalanes» que hizo triste fortuna cuando Gas Natural trató de lanzar una opa sobre Endesa en el 2005-06. Pero al margen de esta hiriente hostilidad reverdecida entre Madrid y Barcelona, el grado de intransigencia del independentismo hace que estos episodios se celebren como auténticos éxitos políticos, mucho más destacables cuando son extranjeros los que ponen en la picota la ilegalidad del proceso soberanista. Una intransigencia que, además, se produce dentro de las propias filas del secesionismo, como se demostraría con la intemperante reacción a la propuesta de Joan Tardà de ampliar el campo del soberanismo tendiendo puentes con los comuns y el PSC, respaldado, en parte, por Oriol Junqueras y Marta Rovira.

Ha declarado Santi Vila -el botifler oficial del procés- que «el programa político catalán debe pasar por revertir el daño económico». Una reflexión tan acertada como alejada de la realidad al comprobar que la CUP sigue marcando la pauta de las políticas independentistas en las instituciones. Si en su momento ya decapitó a Artur Mas -uno de los peores errores del independentismo- ahora juega a su antojo con la legislatura.

Los cupaires desean primero barrer los restos de la Cataluña autonómica (recuerden: «¡Barrámosles»!), su modelo socioeconómico, la prevalencia política y social de la que fue una burguesía floreciente y el carácter céntrico de Barcelona. Y solo después caminar hacia una república según los cánones del anticapitalismo más irracional y sectario. Así fue en la anterior legislatura y así sigue ocurriendo en esta pese al fracaso electoral de la CUP, que, sin embargo, controla a ERC y a JxCat.

A nadie debería extrañar que sean empresarios alemanes, o representantes de intereses germanos en Cataluña, los que se hayan desembarazado de la espiral de silencio que contrae la libre expresión social en el país y lo devasta anímicamente como reconoció Puigdemont la madrugada del día 27 de octubre del pasado año. El valor de actos como el de la increpación a Torrent en el Círculo Ecuestre consiste en su función comunicativa, es decir, en su efecto referencial ante la reverencia sumisa con la que se acogen en todas las instancias el discurso políticamente correcto, que es aquel que consiste en persistir en la ilegalidad, mantener la falacia de que los presos del procés son políticos y, sobre todo, que, con la CUP de bisagra, es verosímil un proceso constituyente.

Jacobi, por eso, ha hecho un favor colectivo creando en el empresariado un banderín de enganche. Las grandes empresas catalanas no han sido menos contundentes -han trasladado sus sedes- pero sí más silentes. Se han ido de puntillas, sin el más mínimo ruido.