Es casi una tradición en los ambientes ultras de Madrid. Crecida durante los gobiernos de Rodríguez Zapatero, simpatizantes de la derecha extrema suelen aprovechar el desfile de la Fiesta Nacional para desahogarse contra el presidente de España de turno. Con la exhumación de Franco en el aire y la sentencia contra los políticos catalanes en el ambiente, parecía que este desfile sería propicio a la gresca fascistoide. El líder de Vox, Santiago Abascal, acudía como invitado a su primer desfile del 12 de octubre. En la tribuna de autoridades se encontró con Albert Rivera, ambos se dieron la mano.

Lo cierto es que resultaba muy difícil encontrar una bandera franquista entre los miles de ciudadanos congregados en el Paseo de la Castellana. Sí que había una, grande y sujeta por un joven zurdo con gorra militar que se colocó frente a la tribuna de autoridades y junto a la de los familiares de los soldados que desfilaban. Una veintena escasa de personas formaban el grupo más radical alrededor del águila. Uno de esos jóvenes llevaba una camiseta con el lema "Viva la muerte", del fundador de la Legión, José Millán-Astray . Un grupo de policías nacionales los vigilaban desde una distancia prudente.

"EL VALLE NO SE TOCA"

El grupillo franquista tenía un megáfono no demasiado potente para hacerse oír. Intentaron cantar el Cara al Sol y no tuvieron eco. Luego, comenzaron a insultar al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, al que llamaron "Perro Sánchez", "profanador de tumbas" y otras lindezas, además de recordar que "El Valle no se toca". Lograron cierto eco en los pitidos con los que fue recibido Sánchez a su llegada, pero pareció que el volumen era inferior al de algunos desfiles de Zapatero. Eso sí, su bandera y su ruido hicieron que el público dejara cierto hueco de separación con ellos antes de que empezara el desfile.

Los ultras no tuvieron éxito. Desde la tribuna de los familiares les mandaron callar muy pronto, con ese ruido como de echar sifón que se hace en el cine para chistar a quienes molestan repetidamente. Sin rechistar, los ultraderechistas obedecían y callaban. Un hombre de raza negra que llevaba en brazos a su preciosa niña con rastas en el pelo se había acercado a ellos sin darse cuenta y decidió buscar otro lugar para ver el desfile. Los policías también se fueron.

"VIVA EL REY"

El desfile transcurrió sin incidentes, más allá del susto del cabo paracadista que chocó con una farola de la Castellana. Los ultras no encontraban la manera de encender la mecha. Repetían sin demasiada fe algunos insultos, pero la gente comenzaba entonces a gritar "Viva España" y "Viva el Rey", a lo que los extremistas no contestaban.

La Fiesta Nacional fue acabando, salía el sol. Los ultras lo intentaban con menos energía cada vez. Un tanto frustrado, el joven que llevaba la bandera franquista se giró hacia atrás y vio al resto de la gente que se les había acercado. Indiferentes al grupo radical, habían llenado el lateral de la Castellana, enfrente del estadio Santiago Bernabéu. Había familias jóvenes con carritos de bebé, inmigrantes con banderas de España que se vendían a dos euros (uno si el patriota era capaz de regatear adecuadamente), turistas chinos, matrimonios mayores y adolescentes con aire festivo tonteando y pendientes de sus teléfonos móviles. Todos llevaban banderas de España, pero constitucionales, ninguna con aguilucho. El joven de la bandera hizo entonces un gesto a sus amigos: estaban rodeados.