Alberto Núñez Feijóo presume de buen gestor, y, como tal, de administrar con tino sus tiempos. Todo el PP lo sitúa como uno de los candidatos mejor situados para suceder a Mariano Rajoy, pero hasta ahora él nunca había permitido que se desenfocara su imagen de disciplinado delfín del presidente. Sin embargo, la amenaza de sorpasso de Ciudadanos ha cambiado las cosas. Quizá su momento esté cerca. Y él ha empezado a prodigarse ante la opinión pública diferenciándose y hasta mostrándose díscolo con su mentor.

El último ejemplo es la reciente entrevista en Salvados, en la que Jordi Évole lo puso contra las cuerdas cuando le recordó su amistad con el capo del narcotráfico Marcial Dorado. Pero Feijóo salió vivo y hasta pudo colocar mensajes al otro lado de su electorado, como su simpatía por Felipe González. Y guiños en clave interna, como los elogios a dos posibles rivales en la carrera sucesoria: Soraya Sáenz de Santamaría --de quien dijo que estaba «formada e informada»-- y Dolores de Cospedal --de la que subrayó haber presidido una comunidad autónoma, o sea, como él--. «Es bueno que un presidente del Gobierno lo haya sido antes de una autonomía», contestó.

Iba entrenado. Feijóo no suele arriesgarse a dar entrevistas en otros ámbitos que no sean los de los medios amigos de Galicia, pero en apenas dos meses se ha dejado ver en foros de relumbrón en Madrid. Ya presumía de buen gestor cuando, de la mano del exministro José Manuel Romay Beccaría, quien alumbró su carrera nombrándolo secretario general de la consejería de sanidad, llegó a dirigir el Instituto Nacional de la Salud y a presidir Correos. Pero nunca pensó que alcanzaría la presidencia de la Xunta, donde solo había ejercido como abogado de la asesoría jurídica.

Fue la catástrofe del Prestige la que lo aupó. La caótica gestión obligó a Fraga a destituir a quien hasta entonces tenía todas las papeletas para heredarle, Xosé Cuíña. Romay convenció a Aznar de que el hombre idóneo para sustituirlo era Feijóo, que también contaba con el favor de Rajoy, enfrentado durante años a Cuíña.

Desde entonces ambos han mantenido una inmejorable relación. Eso hasta que las encuestas advirtieron del ascenso de Ciudadanos. Porque Feijóo se ha vuelto contestón. Presume en privado y en círculos públicos más cercanos, de que el partido de Rivera no existe en Galicia: no tiene representación en el Parlamento autonómico, apenas 16 concejales en los 364 municipios de la comunidad, no obtuvo acta de diputado en Galicia en las últimas generales... Eso respalda al gallego para cuestionar al Gobierno.

GESTOS DE REBELDÍA / Primero se negó a que Rajoy reconduzca la debacle catalana del PP condonando parte de la deuda de Cataluña, aliándose con dos comunidades socialistas, Aragón y Asturias, para liderar ese rechazo. Un gesto que le ha granjeado enemigos, pero que lo presenta ante España como un político osado capaz de anteponer el interés general a las siglas.

Después, recurrió a la justicia la orden del Ministerio de Energía que permite a las eléctricas trasladar a los consumidores su tasa ambiental, y que en Galicia, que produce más electricidad de la que usa, provocó una sonada contestación. Son solo dos gestos, pero demuestran que es un gran administrador de sí mismo.