La abdicación, en el 2014, fue en sí mismo la principal asunción pública del deterioro de la figura del rey Juan Carlos, desplomada hasta límites insospechados ahora, con el anuncio de su hijo de que repudiará la herencia que le deje. La misión histórica de Felipe VI es intentar salvar la Corona de la sombra del que durante décadas fue su principal valedor. Demostrar que la Monarquía sigue siendo útil para los españoles y que «tiene la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones». A ello se comprometió en su discurso de proclamación. En el 2014, Juan Carlos, uno de los principales hacedores de la transición, vio cómo, en apenas tres años, su imagen ante los españoles se había hundido: el estallido en el 2011 del caso Nóos, protagonizado por su yerno, y la cacería de lujo en Botsuana, en abril del 2012, junto a su entonces amiga Corinna zu Sayn-Wittgenstein mientras los españoles sufrían los recortes de la crisis, le empujaron a dar un paso al lado y traspasar la corona a su hijo Felipe.

El nuevo monarca, consciente de la debilidad de la institución, tomó en sus primeros años de reinado varias decisiones para elevar la transparencia de la jefatura del Estado. El contexto político era complicado. Había nacido Podemos, que defendía de manera constante la necesidad de abrir el debate sobre la república. A nivel social, el impacto de la crisis económica había hecho estragos en la población.

MEDIDAS DE REGENERACIÓN / Felipe instauró una auditoría externa de las cuentas de la Casa del Rey, prohibió recibir regalos caros y aprobó un código de conducta para los empleados de la Zarzuela. Y, justo cuando iba a cumplir un año en el trono, revocó el título de duquesa de Palma a Cristina. Ya la había echado de la familia al mes de llegar al trono, cuando decidió que «familia real» solo lo serían su esposa Letizia, sus hijas y sus padres. Ese proceso de regeneración se frenó en verano del 2015, poco antes de que España entrara en un bloqueo político por la repetición de las elecciones. El parón del 2016, con el Gobierno en funciones, y el aumento del independentismo catalán llevaron a Felipe a pensar que era mejor tener un perfil bajo que solo rompió el 3 de octubre del 2017, tras el 1-O.

Ahora, tras semanas en las que se han publicado informaciones en España, Suiza y el Reino Unido sobre sociedades opacas que, supuestamente, son de su padre y en las que él aparece como beneficiario, Felipe VI ha dado un golpe en la mesa y ha tomado la trascendental decisión, personal e institucional, de renunciar a la herencia que su padre le deje y, además, le ha retirado la asignación de los Presupuestos del Estado (194.232 euros, en el 2018). En el comunicado del domingo, el monarca aseguró también que no tenía conocimiento de las cuentas.

En el actual contexto, con España casi confinada por el coronavirus, será difícil medir el impacto en la opinión pública de la supuesta fortuna de Juan Carlos y ver la reacción social ante los reyes Felipe y Letizia en los numerosos actos a los que (normalmente) asisten. La agenda de los Reyes está casi vacía estos días. La propia naturaleza de la Monarquía, que no puede ser cesada, sancionada o no reelegida, hace que tenga que someterse a un plebiscito popular diario de aprobación. Y Felipe y Letizia lo han superado con holgura en la calle hasta ahora.

El Rey deberá decidir, tras romper con su padre, si tiene que abundar en medidas de más transparencia y regeneración. El Centro de Investigaciones Sociológicas, que podría responder con rigor, lleva casi cinco años sin preguntar sobre la Monarquía. En 1994, rozó el notable: 7,5. En el 2008, empezó a caer (5,5). Suspendió en el 2011 (4,89), 2013 (3,68 y 2014 (3,72). En el 2015, con Felipe en el trono, subió unas décimas (4,34). Desde entonces, no se ha vuelto a preguntar.