Cuando a la hora de la comida de ayer, a la víctima del 11-M Ángeles Pedraza le llegó la noticia del fallecimiento del fiscal Eduardo Fungairiño, le vino a la mente el recuerdo de su anual y temprana felicitación de Navidad, y de la frase manuscrita del último christma que recibió de él: «Las víctimas siempre estaréis en mi corazón».

En Madrid, en Cataluña y en el País Vasco, la muerte a los 73 años de edad del que fuera fiscal jefe de la Audiencia Nacional, nacido en Santander en 1946, figura clave en la pelea contra ETA en los años 90, ha reabierto una repentina y triste cascada de recuerdos a veteranos policías, políticos, juristas, periodistas y activistas sociales de aquellos negros años.

Desde Guipúzcoa, la eurodiputada de Ciudadanos Maite Pagazaurtundúa, referencia contra ETA y hermana de Joseba, uno de los 900 asesinados por la banda, lo describió para este diario como «un gran servidor público», y añadió: «Fue especialmente tenaz y valiente frente a los terroristas. Jamás se sometió a otra cosa que la ley». Y con ello viene a resumir lo que resaltan de Fungairiño muchos que alguna vez le trataron.

Para los anales del Derecho Penal en España, la figura de Fungairiño quedará como la del fiscal de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo que tenía el mapa de ETA en la cabeza, el hombre que, en estrecho contacto con las fuerzas de seguridad, investigó a matarifes tan destacados como Santiago Arróspide Sarasola, Santi Potros; Idoia Lopez Riaño, Tigresa; Henri Parot, José Javier Arizcuren Ruiz, Kantauri, o Francisco Múgica Garmendia, Pakito.

Tanto sabía de ETA, que, en 1990, la banda planeó para él el mismo destino mortal que un año antes le había dado a su compañera adscrita al Juzgado Central de Instrucción 5, Carmen Tagle, o diez años después le daría a su colega Luis Portero. Le envió un paquete bomba que podía haberlo matado si no lo detecta la Policía.

Licenciado en Derecho, en noviembre de 1972 ingresó en la Escuela Judicial y en 1980 fue nombrado fiscal en la Audiencia Nacional. En la profesión periodística, Fungairiño será recordado por su generosidad, sin discriminaciones ideológicas, con un comportamiento al margen de las corrientes sectarias que ya en los 90 estropearon el ambiente en la Audiencia Nacional.

En diciembre de 1996 fue expedientado junto a los fiscales Pedro Rubira, Ignacio Gordillo y María Dolores de Prado, con los que formó un grupo al que la prensa bautizó como los «fiscales rebeldes». Se habían insubordinado a su jefe, José Aranda.

Tras aquella crisis, Aranda fue destituido, y al año siguiente Fungariño accedió al cargo de fiscal jefe de la Audiencia Nacional, no sin críticas de numerosos fiscales que no formaban parte del ala conservadora del ministerio público. Algunos, incluso, se negaron a acudir a la ceremonia de su toma de posesión de la plaza.

En julio del 2004, con el país convulsionado por el golpazo del 11M, el fiscal fallecido protagonizó una polémica comparecencia ante la comisión de investigación del atentado, diciendo desconocer la existencia de la furgoneta que usaron los terroristas y sosteniendo que hasta la tarde del 13 de marzo atribuyó a ETA la matanza. Fue, seguramente, el momento más desafortunado de su carrera. Cuatro días después se disculpó públicamente.

Dos años más tarde presentó su renuncia al cargo ante el fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, «por razones estrictamente personales». Entonces se interpretó que no había querido tragar la supuesta anuencia gubernamental con la celebración de un congreso de Batasuna en Barakaldo. Fungairiño fue adscrito entonces a la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo.

ETA siempre cruzándose en su biografía. Fue también el fiscal del caso del envenenamiento con aceite de colza, cuya instrucción duró nueve años, y acusó en asuntos de blanqueo y delincuencia internacional, pero es por su lucha contra el terrorismo por lo que se le recuerda cuando se instala la capilla para su velatorio, en el tanatorio de La Paz de Madrid.

«Cuando cesó en la Audiencia, durante un tiempo su ánimo se vino abajo -cuenta Ángeles Pedraza-. A mí me dijo que se sentía apartado». Pedraza va a proponer al Ayuntamiento de Madrid que se le dedique una calle a Fungairiño, y a la AVT, la asociación que presidió, que en noviembre, en el Senado, le den a título póstumo la Medalla de la Dignidad que otorga la entidad.

Por debajo de los títulos y honores, no faltan recuerdos de su perfil personal, de hombre culto e irónico. «Detrás de la fachada seria, tenía un fino sentido del humor», rememora, y le viene a la mente lo orgulloso que estaba Fungairiño de su sobrina, Ana Torroja, la cantante de Mecano: «Se sabía los temas del grupo, y a algún concierto me consta que fue».