Hay quien ha interpretado que Hassán II, el padre del actual rey de Marruecos, Mohamed VI, llamaba «Juanito» a Juan Carlos I porque le miraba por encima del hombro. Sin embargo, quienes lo conocen aseguran que el monarca emérito usa ese nombre para identificarse en la intimidad. De hecho es así como firma la polémica y muy cariñosa misiva en la que agradece a su primo, el príncipe Álvaro de Orleans, los numerosos viajes en jet privado pagados por su fundación, una de las piezas que investiga la justicia suiza para esclarecer las comisiones del AVE.

Para Juan Carlos I, Hassán era su «hermano mayor», del mismo modo que él se considera el «hermano mayor» de Mohamed VI. Otra cosa es que, al menos en apariencia, no haya logrado establecer con el actual monarca marroquí unos lazos igual de intensos que con su padre, quien en 1989 le regaló el palacete lanzaroteño de La Mareta.

Más allá de la apariencia, cabe pensar sin embargo que no falta la simpatía mutua –Corinna Larsen asegura que la hay por arrobas– sino que ha sido la voluntad del Gobierno de España de tener pleno control sobre el siempre áspero dosier marroquí la que ha oscurecido esa relación. En particular, en la era de Aznar (1996-2004), marcada por la crisis de Perejil del 2002 y por la pésima relación entre Zarzuela y Moncloa.

Los vínculos entre Juan Carlos I y los monarcas de numerosos países árabes han sido siempre fraternales y espléndidos. Eso ha permitido al Rey emérito desempeñar durante décadas, ya desde que era príncipe de España (1969-1975), eficaces papeles de intermediación con el mundo árabe.

La gestión más antigua de la que se tiene noticia se remonta a la crisis del petróleo de 1973. Conocedor de sus magníficos contactos en el Golfo, Franco le habría encargado que garantizase el suministro de crudo a España. La iniciativa, llevada a cabo ante Arabia Saudí, fue un éxito y permitió al entonces príncipe embolsarse la que tal vez fuese su primera comisión importante, que se prolongaría durante años mediante un porcentaje sobre los barriles importados.

Poco después llegó una gestión no muy conocida. En los primeros meses de su reinado, todavía acosado por el búnker franquista y con sus arcas semivacías, Juan Carlos se dirigió a su «hermano» el sah de Persia, al que solicitó diez millones de dólares para fortalecer el impulso democrático. Le fue puntualmente enviado.

El maná saudí nunca se ha interrumpido: un préstamo de cien millones de dólares sin intereses y el yate Fortuna son solo algunos eslabones de la cadena que llega hasta la transferencia de cien millones de euros a una cuenta de la fundación Lucum. Son los cien millones que le habrían correspondido por facilitar que un consorcio español se hiciese en el 2011 con las obras del AVE a La Meca por las que también peleaba con el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy.

Dados esos largos e intensos precedentes no extraña la fotografía de noviembre del 2018 que escandalizó en medio mundo durante el gran premio de F-1 de Abu Dabi. Al finalizar la carrera, el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, se apresuró a saludar a Juan Carlos. Había transcurrido un mes del asesinato en Estambul del disidente Khashoggi, cuya autoría intelectual se le atribuye. H