El manejo de predicciones periodísticas sobre si prosperará un pacto de gobernabilidad entre el PSOE y Unidas Podemos, o, por el contrario, vamos indefectiblemente a elecciones el 10 de noviembre, se ha convertido en un ejercicio especulativo inútil y agotador. Con los comicios generales del 2015 -en los que ganó el PP de Mariano Rajoy de manera tan insuficiente que hubo que volver meses después a las urnas-se rompieron los modelos de predicción que permitían análisis certeros de la situación y de su proyección.

Esos paradigmas se han quebrado en España y, en buena medida, en todos los países occidentales. Pero la incertidumbre ya tan dilatada en el tiempo, tan sostenida y alentada por la clase política, está causando estragos en la psicología colectiva. Madrid como comunidad político-periodística-empresarial-cultural ha entrado en un estado neurótico, casi histérico, de fuerte alteración emocional que crea un ambiente enrarecido, incómodo y abrupto.

El funcionamiento, bueno, malo o regular, del sistema de gobierno en una democracia ya consolidada como la española permea a la sociedad y determina sus comportamientos. Los dirigentes de los partidos políticos de ambos bloques están demostrando una grave falta de respeto a la ciudadanía exhibiéndose despóticamente irresponsables. Mantienen el país en la provisionalidad a despecho de una serie de acontecimientos a fecha fija que podrían conmover nuestras variables fundamentales.

Tira y afloja

El mes de agosto, tras la fallida investidura de Pedro Sánchez, ha desembocado en una oferta programática del PSOE a Unidas Podemos que más parece una invitación a repetir el proceso electoral. El secretario general socialista se ha enfangado en un tira y afloja de opacos propósitos: su actuación hasta el momento tanto vale para, in extremis, lograr un acuerdo de gobernanza con Pablo Iglesias como para que se convoquen elecciones el 10 de noviembre.

El dilema -Gobierno o elecciones- se dirimirá en un esprín políticamente dramático lindante ya con la fecha límite del 23 de septiembre. La cuestión que se ventila no es solo ni principalmente la coherencia y conveniencia de un pacto en la izquierda política española, sino otra bélica que consiste en la pelea entre el PSOE y Unidas Podemos y que los medios madrileños -inducidos por los propios actores políticos- reconducen a la metáfora de un combate de boxeo entre los dos líderes que unos califican como «el fracaso de la izquierda» y otros como una necesidad darwiniana de rendir al contrario.

Pero el enorme desgaste que ya se aprecia en las bases de los partidos y en los ciudadanos -hartazgo, previsión de un alto abstencionismo, crecimiento de la desafección a la clase política como detecta el CIS- estaría indicando que la confrontación en el bloque de la izquierda podría acabar con un desencuentro histórico o con un pacto precario que obligase a Sánchez a una gestión inestable con la constante tentación de llamar anticipadamente a las urnas.

Mientras tanto, en el bloque de la derecha, los criterios del diagnóstico no son mejores. Han regresado al PP los fantasmas de la corrupción que alcanzan judicialmente a Esperanza Aguirre y ponen en cuestión la probidad de toda una época de Gobierno conservador en la Comunidad de Madrid en la que están comprometidos tres presidentes (la propia Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes). Y Pablo Casado y su equipo no aciertan a intentar una refundación que haga un corte limpio y definitivo con ese pasado reciente que reverbera en un auto de investigación del magistrado Manuel García-Castellón que podría entenderse como un acta de tropelías inadmisibles cuyo conocimiento se añade al clima denso, áspero y bronco que se ha instalado en la capital de España.

Al tiempo, la inconsistencia de Ciudadanos -ahora con la baja de Javier Nart y el abandono del escaño de Francisco de la Torre-fragiliza también el bloque de la derecha. Albert Rivera ha perdido los papeles y, a pocas semanas de su coalición de Gobierno en Madrid, ya cuestiona a la presidenta de la comunidad, Isabel Díaz Ayuso.

La ocurrencia España Suma

La ocurrencia de lanzar la marca España Suma -inviable a todas luces- reitera que la derecha española cuenta entre sus déficits con un entendimiento de España reduccionista y privatizado que no le permitirá en largo tiempo recuperarse ni en el País Vasco ni en Cataluña.

Un eventual paraguas electoral para acoger a las tres derechas ya cuenta con el rechazo de Ciudadanos -como si el partido de Rivera fuera algo diferente a un conservadurismo duro por completo alejado del liberalismo que propala- y la imposibilidad de cubrir a una fuerza política como Vox que sigue situada en el margen de sistema, como otras en sus antípodas, sean las del aberzalismo radical vasco o las más inflexibles del independentismo catalán.

Torra, sin auditorio

La política española está tan focalizada en las peleas internas entre los dos bloques que tiende a disminuir la importancia de los inminentes acontecimientos en Cataluña. Y no será por falta de advertencias.

El discurso de Quim Torra el jueves en Madrid (sin auditorio), el artefacto discursivo y metafórico del «tsunami democrático» para encarar una Diada con más incógnitas que otras anteriores y los posicionamientos divergentes de los partidos secesionistas se enhebran con la expectativa de la sentencia del Tribunal Supremo que se publicará después de la apertura del año judicial -este mes- y la primera quincena de octubre.

Pero Cataluña -recuperada por Sánchez en sus 370 medidas mediante una negativa a un referéndum de autodeterminación- no cotiza al alza en el parqué político matritense en el que señorea el nerviosismo en la seguridad de que la carrera que comenzó tras los resultados de las elecciones generales acabará en esprín y requerirá de foto finish.