Cualquier sujeto, no solo los nacidos en Galicia, que se detenga en una escalera levanta siempre la duda de si sube o baja. Eso es lo que ocurre con la violencia por la calles de Cataluña que acompaña a las protestas por la sentencia del juicio al procés. Todo el mundo mantiene la respiración esperando dilucidar si el punto de inflexión de este fin de semana, especialmente el sábado, con la aparición de En Peu de Pau y la retirada de los efectivos policiales de la concentración de la plaza de Urquinaona, y el domingo, frente a la Delegación del Gobierno, es o no definitivo. En tanto se desempata la crucial cuestión, los partidos, conscientes de que, dicho en lenguaje Mayo del 68, detrás del humo de los contenedores están las elecciones del 10-N, van tomando sus posiciones.

Pedro Sánchez mantiene su línea de firmeza con Quim Torra. Ha aumentado las condiciones para establecer un mínimo diálogo. Ahora, además de condenar expresamente la violencia, en los términos que el presidente en funciones elige, el president debe rendir homenaje a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y los Mossos. Torra llamó ayer por segunda vez y el líder socialista volvió a obviar la llamada. Puro alpiste en forma de mensaje para los respectivos electorados. Al del PSOE, la inflexibilidad de estadista de Sánchez; al de JxCat, la voluntad dialogante de Torra y el muro del Gobierno.

Imagen de firmeza ante el independentismo que el Gobierno también ofrece vía el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, con sus briefings de daños y heridos en Cataluña que recuerdan a aquellos que hacía la OTAN en los 90. Miquel Iceta, por su parte, en una carta, exigió a Torra que condene explícitamente la violencia «cuantas veces sea necesario» y le afeó su apelación a la confrontación hecha en Prada, en agosto.

La falta de comunicación con Sánchez no es el primer problema de Torra. Las críticas a su desaparición de escena se unen al mal ambiente que tiene con sus socios de ERC. Los republicanos exclaman entre bastidores que la situación es de nadie al volante y tratan de ocupar el carril central.

De los mensajes de Pere Aragonès, al apoyo a los de En Peu de Pau, pasando por la reunión de Roger Torrent con entidades e instituciones en la que no había posconvergente alguno. La acción motivó que ayer Laura Borràs y Josep Costa percutieran en la que entienden eterna deslealtad republicana por no querer la unidad.

También intenta la CUP sacar rédito de la incomparecencia de Torra. Convocó un encuentro de cargos electos (de todas los partidos) para ultimar una propuesta «a la altura del movimiento popular». ERC, que considera que la CUP, ahora mismo, recolecta más en el prado electoral de JxCat que en el suyo, salió al corte y prohibió a los suyos acudir al cónclave.

Quien no pugna por liderar, por aquello de no decantarse, es Ada Colau. Pidió a Sánchez y a Torra que se sienten y dialoguen «con responsabilidad». Como si Sánchez no hubiera negligido las llamadas. Como si Torra no fuera reacio a la condena clara de la violencia en Barcelona.