«El movimiento independentista está desorientado y dividido». La frase es de Poble Lliure (uno de los grupos que integran el ecosistema de la CUP, aunque dice no formar parte de ella). Es una frase del pasado octubre, pero perfectamente vigente. Eso sí, habría que corregir y aumentar los adjetivos. «Ahora estamos ya en un todos contra todos», resume uno de los conocedores del soberanismo político desde hace más años. «Vivimos en un barroquismo total, elevado a la enésima potencia, hay demasiada gente pensando y mandando y al final no manda nadie», concluye otro de los actores directamente implicados. Un independentista de base lo resume de forma más amarga: «El movimiento está dividido por culpa de los políticos, descabezado por una justicia injusta y parado por culpa de una ciudadanía que quiere la independencia pero sin coste».

Al comentar a un excandidato local de Junts per Catalunya -que fracasó y regresó a su antigua profesión- la intención de dibujar una radiografía actual del independentismo, su respuesta es: «Mejor un TAC». Dividido, decrépito, decepcionado son otras de las respuestas que también se dan a la cuestión. Y si hubiera que dibujar el universo de entidades, partidos, sectores y movimentos del independentismo actual, el resultado sería un laberinto incomprensible sin salida. «Somos el país de los sectores críticos», afirma un edil independentista.

Sectores enfrentados en el PDECat al borde de la escisión; divergencias en JxCat entre políticos, independientes y cargos institucionales; malestar interno en ERC por la abstención en la votación de investidura de Pedro Sánchez; tensión en la Assemblea Nacional Catalana (ANC); divergencias en la CUP sobre si participar en las elecciones españolas; los Comités de Defensa de la República (CDR) insistiendo en pedir la dimisión del conseller de Interior, Miquel Buch; la recientemente creada Crida del expresident Carles Puigdemont y Jordi Sánchez, llena de interrogantes; el Consell per la República creando más estructuras... mientras el Govern no dispone de estrategia conjunta alguna en el terreno soberanista (véase la investidura de Sánchez como penúltimo ejemplo), incluida la respuesta a la próxima sentencia del Tribunal Supremo sobre el 1-O.

Sin duda, las redes sociales no son un termómetro riguroso. También la decisión de la ANC de no permitir a los políticos estar en una zona VIP en la próxima Diada. O los insultos del que era uno de los intelectuales de referencia, Ramón Cotarelo. O el clásico enfrentamiento entre Esquerra y los fieles a Puigdemont, que seguirá vigente dado que el expresident ya está escribiendo el libro con el que quiere consumar su venganza contra el líder de ERC, Oriol Junqueras.

LAMERSE LAS HERIDAS / El cénit de esta cacofonía tuvo lugar hace unos días cuando se produjo una manifestación contra la entidad supuestamente más unitaria y no partidista, la ANC, por parte de integrantes de la misma, a la que acusan de «seguidismo» de los partidos independentistas.

La paradoja es que todos los sondeos indican que el conjunto del independentismo sigue representando un grueso mayoritario del Parlament. Los actores consultados se lamen las heridas: lamentan que en un momento en el que la política española carece de rumbo gubernamental, el independentismo no aproveche la oportunidad para marcar su rumbo.

Los pesimistas temen una desmovilización en la próxima Diada. Otros reclaman a gritos claridad de posiciones. Un diputado de JxCat fiel a Puigdemont y a su estrategia no duda en calificar a ERC y a su portavoz en el Congreso, Gabriel Rufián, de «no independentistas». Frente a ello, los fieles a Junqueras confían en ir imponiendo sus tesis (ampliar la base social, ejercitar el diálogo) frente a «la expresión más visceral y nacionalista» que «ocupa puestos de mando y tiene visibilidad».

El temor de varios actores políticos es que la base independentista acabe «pasando por encima» de los partidos. «La gente está muy quemada con los partidos», admitía el exconseller Toni Comín.

En este contexto llueven las críticas hacia la ANC y Ómnium. Simplificando, se los asocia a JxCat y a ERC. «La ANC ya no está al margen de los partidos, sino contra los partidos», se lamenta una diputada. «Hay gente dentro que sigue consignas de partidos», apunta un exdirigente. En este magma, la unidad se convierte en el gran mantra. «La gente quiere una hoja de ruta, aunque sea para la independencia dentro de tres generaciones, ¡pero algo!», resume un parlamentario.