E l 3 de agosto suele ser un día de sequía informativa. Una visita protocolaria de un ministro aquí, una entrevista en radio a un diputado allí. Pero este 3 de agosto, lunes, fue completamente distinto. A las seis de la tarde, la Casa del Rey emitió un comunicado que incluía una carta de Juan Carlos I a su hijo, el rey Felipe VI, en el que le informaba de su presuntamente voluntaria salida de España, en realidad forzada por las sombras de corrupción que han rodeado la figura del exjefe del Estado. Era una decisión conocida por Sánchez, que había presionado para que el Monarca se separara de su padre, pero Podemos había permanecido ajeno. Sus principales dirigentes, empezando por su líder y vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, se desmarcaron de lo que tacharon de «huida indigna».

La forma de Estado es un asunto mucho menos circunstancial que los apoyos que busca el Gobierno para sacar adelante sus proyectos. Cuando firmaron su coalición, en diciembre, Sánchez e Iglesias pactaron que en las materias que les dividían, como la Monarquía o la crisis catalana, sería el presidente quien marcaría la pauta, y que el vicepresidente lo acataría, siempre con margen para lucir perfil propio. Pero en ese momento no se preveía una medida tan drástica como el destierro de Juan Carlos I, una salida que está poniendo a prueba la resistencia del Gobierno, su capacidad de aguantar ante las contradicciones internas.

Las diferencias entre Sánchez e Iglesias sobre este asunto podrían interpretarse como el inicio de un desmarque para romper la coalición, una ceremonia en la que ambos dirigentes se cargan de razones para justificar que ya no da más de sí. Pero tanto uno como otro rechazan tajantemente que eso vaya a ocurrir. «Hay que naturalizar que se puede pensar distinto», señala Iglesias. «La legislatura será larga y fructífera», explica Sánchez.

No todos en el entorno del presidente apuestan porque las elecciones vayan a celebrarse dentro de tres años y medio. Algunos creen que Sánchez aprovechará el momento de mayor debilidad del PP para un adelanto, pero hay unanimidad en que este episodio no romperá la coalición. Primero, porque España «no puede permitirse» caer en la «inestabilidad». Después, porque las coincidencias entre Sánchez e Iglesias siguen siendo «altas» en la «mayoría» de asuntos. Y por último, debido a la debilidad de Podemos.

Los negros presagios electorales de los morados, que llevan cayendo en las urnas desde el 2016, ejercen de pegamento, argumentan los socialistas. «Ellos no van a romper en ningún caso», explican en el PSOE. Será Sánchez quien ponga punto y final, y si el presidente logra aprobar los Presupuestos, con la colaboración de ERC o con la de Cs, habrá sentado las bases para aguantar. En el caso Juan Carlos I , admiten en la Moncloa, hay reparto de papeles, con Sánchez luciendo institucionalidad e Iglesias buscando capitalizar el descrédito de la Monarquía.

Mientras tanto, dentro del PSOE, un partido que ha dejado muy atrás los tiempos de permanente contestación interna, hay silencio. Pese a la inquietud por el efecto de este caso en los votantes más jóvenes, apenas ha habido voces críticas, más allá del pronunciamiento de las Juventudes Socialistas y de Izquierda Socialista. Ni en público, ni en privado. «En los grupos de Whatsapp nadie dice nada», explica un miembro de la dirección. Otro diputado, que reconoce su preocupación porque el PSOE «pierda su identidad republicana», ironiza: «Todos callados, como corresponde a una formación plural». H