El relato continúa. Rara pero eficaz es la habilidad para, aun en los peores momentos, introducir en el marco mental del independentismo los ingredientes emotivos que cohesionan a las ya fatigadas huestes que persiguen, sin alcanzarla, la república catalana. Los redactores de la narrativa secesionista continúan su labor de hábiles guionistas para superar todas las contradicciones que salgan al paso por muchas que estas sean, y subyazcan en ellas rencores, inquinas y ajustes de cuentas entre compañeros de afanes. Es extraordinariamente hábil cómo Oriol Junqueras ha logrado, por una parte, sublimar las acusaciones que sobre él recaen, y al tiempo, reprochar a Carles Puigdemont su huida a Bélgica. El líder de ERC ha apelado a los ejemplos de Sócrates, Séneca y Cicerón, tres grandes figuras históricas que afrontaron juicios arbitrarios, injustos y dictatoriales y que, a sabiendas de que lo eran, no huyeron sino que los afrontaron.

Junqueras no solo deja en una posición desairada al expresidente de la Generalitat, que en su libro dictado a Olivier Mouton (La crisis catalana) no ofrece las claves éticas de su fuga a Bruselas, sino que también se eleva sobre sus propios comportamientos en los hechos de septiembre y octubre del 2017 que se someten ahora al juicio de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, que comenzará el próximo día 12 con las cuestiones previas, y los idealiza parangonando su disposición personal a la de los tres grandes personajes que cita.

La comparación es insoportablemente narcisista e hiperbólica, pero resulta eficaz para aquellos que necesitan en estos momentos las dosis de heroísmo que comporta someterse a una justicia que se adjetiva de arbitraria e ilegítima. Ya sabemos que las tres figuras a las que Junqueras apela eran inocentes y que sus condenas han sido baldones en la historia. El republicano quiere actualizar así el clasicismo estoico en su figura y obtener desde la cárcel unas rentas políticas que acrezcan su liderazgo y opaquen el de Puigdemont.

La estrategia de Junqueras no será muy distinta a la de los demás encausados. Al margen del volumen de la ausencia de los que huyeron, las estrategias de defensa no pueden ser confirmatorias de la literalidad fáctica que, a la vista de todos, retransmitieron los medios los días 6, 7 y 20 de septiembre, y 1 y 27 de octubre del 2017. El desafío de los letrados de los acusados consistirá en una defensa que no rompa el relato que acaba de culminar Junqueras. Porque en juego está, además de la responsabilidad criminal individualizada de cada uno de los 12 enjuiciados, la integridad de la narrativa de todo el proceso que pormenoriza en hitos señalados la travesía a una todavía lejana Ítaca.

En el juicio se someten al veredicto de los magistrados no solo la comisión de delitos graves sino también, aunque indirectamente, la certeza de la narración legitimadora de la aventura independentista. No cabe, en consecuencia, un sálvese quien pueda, porque el efecto político de descargar culpas en otros o eludir la responsabilidad de los propios actos podría derivar en una rotunda quiebra de la credulidad de la que goza el relato independentista.

Yuval Noah Harari, en su celebrado ensayo 21 lecciones para el siglo XXI, advierte: «El nacionalismo nos seduce con relatos de heroísmo, hace que nos salten las lágrimas al contarnos antiguos desastres y desata nuestra furia al mortificarse por las injusticias que padeció nuestra nación. Quedamos tan absortos en esta epopeya nacional que empezamos a evaluar cuanto ocurre en el mundo en función de su impacto sobre nuestra nación y rara vez pensamos en preguntar, para empezar, qué hizo que nuestra nación fuera tan importante». El mismo autor añade más adelante: «El sacrificio personal es muy persuasivo no solo para los propios mártires, sino también para los espectadores. Pocos dioses, naciones o revoluciones pueden sostenerse sin mártires». El autor israelí no escribió estas reflexiones pensando en la Cataluña del 2019, pero se adaptan de forma indudable a la realidad emocional de una parte de los catalanes, a su vibración sentimental en estos días.

TRIBUNAL PREPARADO / Hacer de la necesidad virtud es la consigna, no solo de los acusados, sino también de la justicia española y del Estado en su conjunto. Conviene que, de nuevo, el independentismo no subestime a los poderes estatales que en su momento dieron réplica a las decisiones de segregación que se intentaron y que están escritas con música de éxito virtual pero en texto de fracaso real. El tribunal sabe a lo que se enfrenta, ha afinado su sentido garantista, ha barajado muchos de los posibles escenarios en el salón de plenos del Supremo, preparando respuestas jurídicas a cualquier eventualidad.

Por decirlo en otras palabras, el tribunal está en la lógica de la administración de la justicia garantista en el siglo XXI, en un caso que recae sobre una serie de episodios anacrónicos e incoherentes con la contemporaneidad pero desgraciadamente ciertos. Los magistrados no van a fomentar la épica socrática de Junqueras ni van a ofrecer oportunidades para que el relato independentista se muscule con una vista oral que va a ser, en términos emocionales y de interés público, como una montaña rusa. El poder judicial sabe, en definitiva, que se encuentra también sometido a un veredicto de respetabilidad democrática que discurre en paralelo a la justicia que él debe administrar sobre unos políticos que sostienen sus conductas sobre la plataforma de una narrativa improbable pero resistente al desistimiento.