A Josep Borrell no le gusta hablar a humo de paja. En esta entrevista, la primera que concede a un diario como titular de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, alerta de que el reto migratorio amenaza la supervivencia de la UE.

-¿Qué misión le confió Sánchez al ofrecerle la cartera de Asuntos Exteriores?

-Participar activamente en la integración europea e impulsar, efectiva y no retóricamente, los lazos con Latinoamérica; activar la política de cooperación y abordar la migración como problema común de todos los europeos. Además de recomponer la imagen de España, dañada en el exterior por la propaganda del independentismo catalán.

-¿Qué balance hace la política exterior de Rajoy?

-España ha perdido protagonismo en Europa y en América Latina. No hemos jugado en la Unión el papel que desarrollamos en los años 80 y 90. Respecto a la cooperación, aunque falten recursos tiene una enorme importancia mantenerla viva para que nuestro país tenga presencia en el mundo en desarrollo. En los últimos años se ha debilitado más de lo que los escasos recursos hacían temer.

-Rajoy se apresuró a pedir cita a Trump, y la logró. ¿Sánchez también aspira a visitar la Casa Blanca?

-Durante la reciente visita de los Reyes se reiteró la invitación a Donald Trump para que visite España, pero de momento esa visita no está en la agenda. Respecto a la agenda internacional del presidente del Gobierno, ahora está muy ocupado visitando a los socios europeos y nuestros vecinos más cercanos.

-El episodio del ‘Aquarius’ fue un punto de inflexión en la postura española ante el debate migratorio. ¿La Unión Europea ha entendido que el drama del Mediterráneo no atañe solo a los países ribereños?

-Objetivamente es imposible negar que sea así. Pero hay una discrepancia profunda entre los países europeos sobre cómo afrontar esta responsabilidad común. El problema de la inmigración, y esta es una frase fuerte, es que puede ser el disolvente de la Unión Europea, destruyendo los nexos que hemos ido construyendo entre sus estados miembros. La crisis migratoria puede ser más grave que la del euro, porque versa sobre valores, sentimientos, identidades y no solo sobre recursos financieros. Si la UE quiere suprimir sus fronteras interiores, como ha hecho con el espacio Schengen, no puede concebir sus fronteras exteriores como si lo fueran de cada país. Si entre Francia e Italia no hay frontera, la frontera exterior de Francia pasa a ser la de Italia. Pretender que el problema migratorio lo resuelva el país al que le toca, una vez Grecia, otra Italia y otra España, es negar la existencia de una frontera común.

-Se habla más de cómo blindar las fronteras que de cómo afrontar el fenómeno migratorio.

-Los europeos no somos conscientes de la gravedad del problema. Toda la atención se concentra en qué hacer con los últimos 600 que han llegado: quién los recoge, a qué puerto van, quién se hace cargo... La atención va saltando de un episodio a otro, y la emotividad explota cuando aparece la foto de un niño muerto en la playa. Pero el problema de fondo es el cambio climático, que desertiza el Sahel, y que allí las mujeres no se han incorporado al mercado laboral y tienen de media seis o siete hijos. Esa dinámica demográfica hará que África supere pronto los 2.000 millones de habitantes, como contaba en un reciente artículo en este diario. Tenemos que actuar sobre las causas profundas del problema: una población en constante aumento, pérdida de fertilidad del territorio, inestabilidad política e incapacidad de las instituciones para canalizar el crecimiento. La marcha hacia Europa es la solución natural para muchas de esas personas, como en su día lo fue para los españoles, irlandeses o italianos que escapábamos de nuestras hambrunas emigrando a América. Hay que atacar la raíz del problema, y eso implica políticas a largo plazo desarrolladas de forma constante para la ayuda al desarrollo de África.

-¿Qué inversión exigiría esa especie de ‘plan Marshall’?

-Las cifras del plan Marshall escapan a la voluntad política que es razonable esperar de unos estados que se pelean por un presupuesto comunitario raquítico, equivalente al 1% del producto interior bruto (PIB) de la Unión. Seguramente haría falta más del 5% del PIB, pero hemos de saber que mientras no actuemos en esos frentes tendremos una presión demográfica cada vez mayor. Eso requiere políticas de largo plazo. Desgraciadamente las políticas a largo plazo resultan poco atractivas y se posponen ante la exigencia a corto plazo marcada por las imágenes de las tragedias de los que se ahogan en el Mediterráneo y de los que se pierden en el Sáhara, aunque esto se conozca menos.

-Los líderes europeos debaten crear centros de desembarco para migrantes, bien sea territorio comunitario o, como defiende Italia, al otro lado del Mediterráneo. Pero las oenegés alertan de que en Libia, un estado fallido, se conculcan los derechos humanos de los migrantes.

-Italia llegó a un acuerdo bilateral con el Gobierno en Libia, un país desestructurado y fragmentado, para evitar las llegadas por mar que no podía controlar. Y los europeos miramos para otro lado. Es evidente que las condiciones de esa retención en Libia no son aceptables. O evitamos que se echen al mar o los rescatamos después, pero habrá que hacerlo en un lugar digno y con recursos suficientes. Eso cuesta un dinero y un esfuerzo de organización, pero sobre todo hay que evitar que el peso caiga sobre el país que está más cerca. Italia se sintió abandonada, lo que explica su actual sentimiento antieuropeísta. No comparto sus planes políticos, pero hay que ponerse en su piel. Mientras no entendamos que la crisis migratoria es un problema común de Europa, Schengen estará en peligro y la Unión correrá riesgo de disolverse por las querellas entre unos y otros.

-Como sucedió con Schengen y el euro, ante el reto de la inmigración vuelve a dibujarse la Europa de las dos velocidades…

-Es evidente que no todos los países van a querer compartir más soberanía, como exige una Europa más profunda. O avanzamos unos cuantos más aprisa, sin cerrar la puerta a quienes quieran incorporarse más tarde, o nos quedamos como estamos. Y esa no es una solución.

-¿Cómo esperar que Europa avance con el motor franco-alemán aparentemente gripado?

-Es imposible concebir Europa sin un pacto entre Alemania y Francia. Es una condición necesaria, pero no suficiente; otros países deben seguir y jugar un papel importante. España lo hizo con los gobiernos de Felipe González. Ahora ha aparecido en Italia un Gobierno que cuestiona abiertamente la Unión, y en España, un Ejecutivo europeísta pero no eurobeato, que no la cuestiona pero sí pide mayor protagonismo para reorientarla. El equilibrio político en Europa ha cambiado.

-Con solo 85 diputados, ¿Sánchez podrá materializar agotar la legislatura?

-No vivimos una situación normal. España ha sufrido tres test de estrés en poco tiempo, y los ha superado: la repetición electoral del 2016, la aplicación del artículo 155 en Cataluña y la moción de censura, que ha fructificado. Eran escenarios constitucionales pensados para que nunca llegaran a producirse, y lo han hecho. Ahora hay un Gobierno en minoría sin aliados firmes, pero podemos encontrar puntos de intersección. El presupuesto será la prueba de fuego.