Jugó sus cartas en la conferencia. Ante más de 300 asistentes, Carles Puigdemont cargó duramente, en la Universidad de Copenhague, contra las maniobras del Gobierno de Mariano Rajoy para frenar el proceso secesionista y usó su marcha a Bruselas para condenar «la represión» del Estado. «No es justicia, es una venganza», dijo recordando a Oriol Junqueras, Joaquim Forn y los Jordis, en prisión preventiva.

Su puesta en escena rebosó contundencia. «El pueblo de Cataluña no se rendirá ante el autoritarismo», censuró. Deambulando en torno al concepto de soberanía, se dirigió a la Unión Europea (UE) para reprocharle su desentendimiento ante la encrucijada de Cataluña y el cierre de filas de los máximos dirigentes europeos con Rajoy. Pero cuando llegó la hora del coloquio tras su charla, tuvo que afrontar incómodas preguntas de dos profesores, Christian F. Rosbøll y, sobre todo, Marlene Wind, que plantearon serias dudas sobre la estrategia independentista.

«¿Democracia es solo hacer referéndums y encuestas de opinión o también respetar la legalidad y la Constitución?», le espetó Wind. El expresidente salió al paso afirmando que España «es una democracia sobre el papel», y alegando que los independentistas «piden diálogo». «La sombra de Franco aún es larga en España», remató.

No fue la única pregunta de la profesora, experta en relaciones con la UE y figura mediática en el país nórdico, con la que tuvo que lidiar Puigdemont. Wind le interrogó sobre si «la balcanización» es, para él, «el modelo político ideal». «¿Es esa su visión de Europa?», insistió, para interrogarle después sobre si su idea es la de «200 estados limpios en el sentido de que tengan una sola identidad». Es más, aseguró que la UE está «realmente nerviosa» ante su proyecto porque trae a la mente malos recuerdos: «Es un camino muy peligroso».

La docente, que ya avanzó que pretendía ser «provocadora», no bajó la guardia. «¿De dónde viene esta urgencia por la independencia? A mi entender, Cataluña es la región más rica de España. ¿Son solo unos malcriados que están intentando librarse de los pobres?», preguntó. Cuestionó, además, la «legitimidad» del 1-O, ya que solo el 43% de la población votó, y le preguntó quién garantiza que se respetan los derechos de los no independentistas. El president optó por responder con sarcasmo: «Ha dicho que no es usted experta en asuntos españoles. Estoy de acuerdo».

Durante su conferencia, Puigdemont había zanjado que «es el momento de que la UE reconozca el derecho a la autodeterminación». Emplazó a la comunidad europea a afrontar lo que tildó de desafío «decisivo» para el futuro de Europa y buscó protagonismo comparando el 1-O con el brexit. «Lo que está en juego es la idea de democracia en toda Europa, no solo en mi país», alertó. Basó su relato en la relación de amor y odio que mantiene con la UE. «Europa es nuestra casa, pero no esta Europa. Pensábamos que en la Europa del 2017 la violencia y violación de derechos fundamentales quedarían descartadas. Nos equivocamos», dijo.

Entre una gran expectación mediática, política y académica, el expresidente reivindicó que la prioridad de los catalanes «sigue siendo» un referéndum pactado con el Estado, pero aseguró que desde el 2013 el Gobierno ha rechazado dialogar «hasta 18 veces».

Puigdemont descartó un «efecto dominó» en otras comunidades autónomas. Y aseguró que, «a pesar de las amenazas de Madrid», los independentistas formarán pronto un nuevo Ejecutivo, aunque evitó decir si regresará o no a España para la investidura.