Julio Anguita González, el histórico líder de Izquierda Unida (IU) y todo un referente moral del progresismo político, llevaba casi tres décadas con problemas cardiacos. Sufrió dos infartos de miocardio, en 1993 -en plena campaña de las elecciones generales a las que era candidato- y en 1998.

A finales del año 2000, ya retirado de la política, fue intervenido de urgencia y se le colocó un baipás, pero en los años 2009 y 2014 también tuvo que ser ingresado. Falleció ayer de una parada cardiorrespiratoria. «No le dejéis que hable, que os convence».

Anguita (Fuengirola, 1941) recordaba ese consejo que solía dar su padre a las visitas cuando aún era un niño. Unas dotes de persuasión que le llevaron a convertirse en el primer alcalde comunista, recién llegada la democracia, de su Córdoba del alma, y después a dar el salto al Parlamento andaluz y a ser elegido coordinador general de IU en 1989. De ahí al Congreso de los Diputados, donde se destapó como un político temperamental y con gran firmeza en sus convicciones, rayando incluso la intolerancia.

Apartado de la primera línea en el año 2000 por los mentados problemas cardíacos, nunca se jubiló de la movilización política, convertido en el espejo en el que se miró el movimiento 15-M y los dirigentes de Podemos para buscar una alianza de la izquierda.

Feroz antimilitarista

Nacido en una familia de militares -su padre era brigada-, Anguita siempre se mostró un convencido antimilitarista. De hecho, se negó a que el avión que trasladaba el cadáver de su hijo, el periodista Julio Anguita Parrado, asesinado en el 2003 en la guerra de Irak, aterrizara en una base militar.

Una muerte que le revolvió por dentro y sacó a relucir al hombre sensible que se emocionaba años después al evocar esa pérdida, y que admitía haber sido un mal padre.

Estudió Magisterio e Historia en la Universidad de Barcelona y se afilió al entonces clandestino PCE tras encontrar el armazón teórico que sostenía su oposición a la dictadura. Aunque creyente, encontró en el PCE las respuestas que no hallaba en Dios. Se hizo comunista, dijo, porque la sociedad había de transformarse para defender los derechos humanos. Un bagaje reflejado en sus libros de cabecera: la Biblia, El Capital y Don Quijote.

Político de raza

Su hablar pedagógico y filosófico le dibujaron como un político de raza y honesto, lo que le permitió conseguir el favor de sus vecinos durante dos elecciones municipales, siendo por ello apodado como El Califa Rojo. La política solo valía a sus ojos como herramientas para transformar la sociedad. De ahí que fuera capaz de buscar el acuerdo con distintas fuerzas porque lo importante, repetía, era el «programa, programa, programa» y las medidas que se lograsen poner en pie.

Su actitud pragmática no fue incompatible con una cierta idea de superioridad ideológica y moral respecto al PSOE, por entonces en horas bajas a cuenta de los GAL y al que situaba en la misma orilla que el PP, y su intención de ser la fuerza hegemónica en la izquierda.

Se vio en Andalucía, donde hizo pinza dos años con el Partido Popular. Y en el Congreso de los Diputados, aunque la formación que lideraba, Izquierda Unida finalmente sí rechazó, no obstante, apoyar a José María Aznar en una moción de censura contra el entonces presidente del Gobierno, el socialista Felipe González.