A mediados del pasado julio, poco antes del fracasado debate de investidura, uno de los principales colaboradores de Pedro Sánchez, dijo: «Antes o después, con acuerdo con Podemos o tras unas nuevas elecciones, esto acaba con Sánchez siendo investido presidente». El pronóstico sigue en vigor. Los socialistas están convencidos de que no hay ninguna alternativa a la suya, que la «triple derecha» del PP, Ciudadanos y Vox no sumará el 10 de noviembre, y ahora que la sintonía con Pablo Iglesias se ha roto, se vuelcan en dos objetivos.

Primero: explicar que la vuelta a las urnas no es culpa suya, sino de los morados. Y segundo: ganar espacio por el centro, ese difuso espacio que en principio venía a ocupar Albert Rivera, pero que ahora, a raíz de su apuesta por alinearse junto al Partido Popular y a Vox, ha quedado vacante.

El PSOE confía en aumentar sus 123 diputados actuales gracias al desplome de Ciudadanos, que el pasado 28 de abril obtuvo 57, y por el camino menguar a Unidas Podemos, se presente o no Íñigo Errejón. Una parte de los antiguos votantes de Pablo Iglesias, anticipan en la Moncloa, se quedarán esta vez en casa, y los morados no revalidarán sus 42 diputados. Pero aquí, según reconocen importantes socialistas, está el principal interrogante del plan: la abstención, que también puede afectarles.