Un cargo regional del PP avisó a Mariano Rajoy: el padre de Pablo Iglesias estaba ingresado en el hospital de Salamanca, donde acababa de ser intervenido de un trasplante de riñón. Era febrero del 2016, cuando las negociaciones para la gobernabilidad estaban varadas tras el 20-D. El presidente llamó entonces al móvil del secretario general de Podemos para preguntarle por la salud de su progenitor y ofrecerle su apoyo.

Dos semanas antes, Iglesias había dado un controvertido golpe de efecto al plantear un gobierno de coalición con el PSOE sin comunicarlo antes al líder socialista, que estaba en ese momento ante el Rey. Sánchez se sintió humillado e Iglesias tardó meses en admitir su error, de modo que aunque se vieron en secreto en un hotel madrileño, no llegaron a ningún acuerdo. Como no había avance, repitieron, y el morado llegó a bromear: “Pedro, van a pensar que tú y yo tenemos algo”.

Estos episodios reflejan la sintonía que el podemista mantiene con Rajoy y una ausencia de empatía con Sánchez, que, más allá de lo personal, ha configurado también su relación política. Sánchez es para Iglesias el amigo -público- con quien tiene que remar para desalojar a Rajoy del poder (toda vez que admiten que no disponen de fuerza en solitario), pero es también el adversario -soterrado- a quien disputa la hegemonía de la izquierda.

SE ALEJA EL 'SORPASSO'

Conscientes de que sus electorados les exigen paz, los dirigentes escenificaron antes de vacaciones un acercamiento buscado especialmente por Iglesias y al que Sánchez, aupado en las encuestas que alejan el riesgo de ‘sorpasso’ morado, es más reticente. De hecho, accedió al encuentro a cambio de que el podemista urgiese a sus filas en Castilla-La Mancha a entrar en el gobierno de Emiliano García-Page, a quien bloqueaban el presupuesto y la legislatura.

La nueva sintonía deja un puñado de acuerdos en el Congreso de los Diputados que, previsiblemente, aumentarán a partir de otoño, y abre un horizonte de esperanza deliberadamente ambiguo.

ENTENDIMIENTO SIN CONCRECIONES

Fuentes próximas a Sánchez explican que el socialista no irá más allá. Ha ganado enteros solo mostrando una actitud de sintonía sin que haya acuerdos tangibles. No ve factible la moción de censura que pide Podemos sumando a independentistas y excluyendo a Ciudadanos. Recela del acercamiento de Iglesias, a quien ve preocupado, dubitativo y descolocado al aplicar, ahora, las tesis de Íñigo Errejón sobre la relación PSOE-Podemos.

Entiende Sánchez que el líder morado dio por hecha la victoria ‘derechizante’ de Susana Díaz y carecía de plan b, de forma que ahora improvisa con bandazos. Si hacer un buen trabajo político reside en crear contradicciones en el adversario, como sostiene Iglesias en sus reflexiones, Sánchez gana esta partida.

El nuevo PSOE, podemizado, dificulta a los morados mantener una identidad diferenciada

¿Espera el podemista que el PSOE no vote algún postulado de izquierda para acusarle de mentir a sus bases en las primarias y así reivindicarse como verdadero jefe de la oposición? Voces socialistas y moradas auguran esa táctica.

Hasta ahora, cuando Iglesias subía al escenario se refería al PSOE como el partido viejo que falló a sus votantes, sin participación interna, alineado con el poder y esa definición del adversario le permitía contraponer una identidad propia, la morada, nueva, la de la ilusión, la no contaminada. El giro de los socialistas a la izquierda creea dificultades para promover una identidad diferenciada y apego en Podemos. ¿Cómo genera Iglesias, tras el regreso de Sánchez, un “nosotros” distinto al nuevo PSOE? ¿Cómo se construye ahora la frontera entre ese “nosotros” y “ellos”?

LA RANA Y EL ESCORPIÓN

Que la nueva relación responde a una necesidad de contentar a las bases socialistas y podemistas parece fuera de toda discusión. Desde ambas filas admiten que el recelo perdura y no aventuran compromisos concretos más allá de la cooperación parlamentaria. Si la tentación de ‘sorpasso' mutuo acaba por anteponerse a los acuerdos, está por ver.

Por tanto, ¿estamos ante un acuerdo que puede permitir desalojar a Rajoy de la Moncloa o una táctica electoral que puede acabar como la fábula de Esopo? Es esta: un escorpión pide a una rana que le ayude a cruzar el río y le promete que no le hará daño. Antes de llegar a la otra orilla, sin embargo, el escorpión le clava su aguijón. La rana, sorprendida, le pregunta por qué le ha picado, puesto que morirán los dos. “No he tenido elección, está en mi naturaleza”.