Sepan todos los españoles mayores de edad con capacidad de ejercer el derecho al voto que ha caído sobre sus hombros una responsabilidad de Estado. Los políticos, esos que fueron ungidos por la democracia el pasado 28 de abril para tener el honor de representarles a ustedes en las Cortes, no han dado la talla. Han sido incapaces de moldear pactos que garanticen mayorías a unos ciudadanos hartos ya de estar hartos de rodillos y bipartidismo y, bloqueados como están, optan por solicitar el comodín del votante en el último minuto. Arréglenlo ustedes el próximo 10 de noviembre que ellos no pueden. Ese es el mensaje. O no saben. O no quieren. O todo a la vez.

El caso es que todos los protagonistas de este serial que ha rodeado a la investidura han sufrido desgaste y han quedado frustrados en mayor o menor medida. Los que introdujeron una papeleta en urna hace meses, porque su decisión de forzar acuerdos no ha sido respetada. El ganador de los comicios, el socialista Pedro Sánchez, porque tendrá que esperar, esforzarse y cruzar los dedos para que la abstención no le arranque su sueño de seguir en La Moncloa: su distancia con Pablo Iglesias se antoja insalvable tras una rocambolesca negociación. La coalición, una quimera y el capitán de los morados, por cierto y sin duda, el mayor frustrado en toda esta historia.

Tampoco han sido fructíferas las apelaciones del presidenciable a que el centro-derecha abriese la puerta a la goberabilidad, a un camino que después recorría el PSOE, salvo en asuntos excepcionales, de la manos de Unidos Podemos y otros socios en el día a día parlamentario. Frustrante asimismo ese intento para los que pesaban que ese era el modo tranquilo de cuadrar un infernal círculo.

La lucha en la derecha

El popular Pablo Casado, cómo no, tiene su parte de frustración que llevar en los bolsillos hasta noviembre. Deberá enfrentarse nuevamente a otro examen electoral sin apenas tiempo para consolidar un liderazgo interno y de la oposición que ha temblado ya en varias ocasiones. Con el peor resultado de los populares en muchos años a cuestas y la esperanza de que los suyos cierren filas con él sin poner peros, sigue amenazado por Cs y Vox. Le disputan a su público potencial sin ceder (al menos de momento) a sus cantos de sirena para sumar bajo el paraguas de la plataforma España suma. Ya se verá si hay cambios cesiones interesadas a este propósito reunificador que, sin duda, blanquearía a los ultras ante una parte del electorado conservador.

Albert Rivera, por su lado, no ha podido saborear del subidón de escaños que cosechó la pasada primavera después de atrincherarse en un "¡con Rivera no, claro que no, ni lo soñéis!". Los sondeos ahora le avisan de que tal gloria puede estar en serio riesgo. Que su prentensión de ser el jefe de los que se oponen aunque sea de facto, puede quedar enterrado. Se negó desde los inicios de este bucle político a apoyar por activa o por pasiva a lo que primero denominó sanchismo y terminó calificando de "banda". Pasó semanas negándose siquiera a verse con el aspirante y su falta de cintura le costó un cisma en su propia organización, donde algunos no entendieron que no tendiera la mano, con condiciones. Ha intentado un giro de última hora, preelectoral y sin éxito. La urna dirá si con rédito a medio plazo.