Quim Torra inauguró ayer un mandato que se prevé atiborrado de gestos simbólicos con una toma de posesión muy particular. En una ceremonia pensada para transmitir la máxima austeridad, el nuevo presidente de la Generalitat eludió las tradicionales promesas de lealtad al Estatut, a la Constitución y al Rey, y ha rechazó colgarse la medalla que distingue a los jefes del Ejecutivo catalán.

La sombra del enfrentamiento con el Gobierno, que lleva meses tutelando la acción de la Generalitat en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, condicionó todo el acto. La disputa ya había provocado que la hora de la ceremonia no se concretara hasta poco antes de que tuviera lugar, y ayer dejó sin representación del Ejecutivo central la toma de posesión.

Fuentes de la Generalitat aseguraron que ofrecieron al Gobierno que tuviera una presencia «de perfil secundario» en el acto, porque buscaban «un perfil sobrio para evidenciar la no normalidad del momento político». Por contra, La Moncloa consideró que la toma de posesión fue «un esperpento» que degradó «la dignidad» de la institución de la Generalitat.

El PP también fue crítico con las palabras empleadas por Torra para prometer el cargo. El nuevo presidente catalán eligió la fórmula que ya empleó su antecesor, Carles Puigdemont, en el 2016, en una nueva muestra de que lo sigue considerando el líder legítimo. «Prometo cumplir fielmente las obligaciones del cargo de presidente de la Generalitat, con fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña representado por el Parlament», dijo él mismo.

En la toma de posesión anterior, fue la entonces presidenta de la Cámara catalana, Carme Forcadell, la que enunció los votos. En esta ocasión, Roger Torrent se limitó a ejercer de testigo de un acto que abrió el secretario del Govern, Víctor Cullell, con la lectura del decreto de nombramiento sancionado por el Rey y por Mariano Rajoy.

Los populares coinciden con el PSOE en que habría que estudiar cambios legales para que, a partir de ahora, se especifique el acatamiento de la Constitución en las tomas de posesión. La portavoz socialista en el Congreso, Margarita Robles, ya ha hablado con el ministro de Justicia, Rafael Catalá, para consensuar una postura común.

A pesar de las críticas de los partidos, nadie ve futuro a una eventual impugnación del acto. El TSJC ya desestimó en el 2016 que se hubiera cometido un delito en la toma de posesión de Puigdemont, y recordó que ni el Estatut ni el reglamento del Parlament prevén fórmulas concretas para este tipo de ceremonias.

Apenas una decena de personas, casi todas familiares, asistieron a la consagración de Torra como president. Como habían anunciado fuentes de su entorno, la ceremonia duró menos de cinco minutos: se trataba de escenificar el pesar que siente el soberanismo catalán por el hecho de que los impulsores de la declaración unilateral de independencia del pasado octubre estén ahora mismo en prisión preventiva o fuera de España.

Por el mismo motivo, el nuevo presidente de la Generalitat tomó en el modesto salón Verge de Montserrat. En ocasiones anteriores, la ceremonia se celebraba en el salón Sant Jordi, y congregaba a cientos de invitados. Tras finalizar la toma de posesión, Torra prometió a una representación de los trabajadores del Palau que trabajará por un «país nuevo, libre y republicano» y que colgará un lazo amarillo en la fachada del edificio. La ceremonia tampoco contó con el traspaso de la medalla de president, que el antecesor suele colocar al cuello de su sucesor.

Torra insistirá hoy viernes en los gestos simbólicos. Su primera acción tras la toma de posesión será visitar a los políticos catalanes presos.