« l ruido de fuera no está dentro». Una ministra del PSOE arranca la conversación, enfatizando cada una de sus palabras. «En el interior del Gobierno no vemos ese ruido, de verdad que no. Hay una relación normal. Pero ellos, Podemos —continúa—, quiere sacar la cabeza, no porque quieran resquebrajar la coalición. Creen que deben hacerse ver a base de exabruptos, intentando contraponer su posición a la nuestra. Pero el Gobierno funciona como uno monocolor, donde a veces los ministros coinciden y otras no».

No es un análisis aislado. Es la lectura que atraviesa al grueso del Ejecutivo, a socialistas y morados. El matrimonio de conveniencia que ambos formaron para la investidura de Pedro Sánchez acumula achaques, pero goza de buena salud. Pese a todo. Y tiene, subrayan las dos partes, vocación de continuidad. Los dos socios han naturalizado las discrepancias, han absorbido la polifonía, han intentado que la reverberación de cada marejada interna decrezca. Pero las tensiones están y no se esconden. Para el PSOE, por el afán de Pablo Iglesias por «marcar perfil». Para UP, porque quiere que se cumpla el acuerdo de gobierno y Sánchez no gire a la «derecha».

La pelota bajaba otra vez al suelo. Incluso en el equipo del vicepresidente segundo se admitía que sus palabras en la SER fueron inoportunas. Pocas horas después, la coalición exhibía unidad al registrar en el Congreso una solicitud de comisión de investigación sobre el caso Kitchen que afecta al PP (y que prosperará).

Lo hacía casi en paralelo a la primera derrota parlamentaria que el Gobierno sufría, al tumbar la Cámara baja el decreto ley de los remanentes de los ayuntamientos. Los 155 diputados de PSOE y UP votaron juntos.

La batalla más dura es la de los Presupuestos. Montero sigue discutiendo el borrador con Nacho Álvarez, secretario de Estado de Iglesias, y de momento no ha habido atasco, indican en Hacienda. Lo difícil vendrá después, aunque Sánchez ha logrado de Podemos que acepte que se negocie con Cs. Eso sí, la Moncloa ahora ve una mayor disposición en ERC.

Sánchez traslada que está satisfecho con su Gobierno y que no prevé cambios. Puertas adentro, se respira ese aire. «Buen ambiente, coalición fuerte», apunta telegráficamente un ministro. «Somos un equipo cohesionado, aunque haya matices y aunque no comparta su estrategia de visibilizarse mostrando las diferencias en los medios», secunda otra. «A veces me preocupa lo que leo, porque las deliberaciones en el Consejo son constructivas, la comunicación es fluida y no hay broncas», apunta un tercero. Pero el pulso más vivo se libra en la comisión delegada de asuntos económicos, que preside Nadia Calviño y en la que sí se enfrentan esas dos visiones. Las disputas, si se enconan, son resueltas por Sánchez e Iglesias. Ambos mantienen buena relación, así como sus equipos.

En el Ejecutivo también hay quienes denuncian el «juego sucio» de los morados con los medios, su «escasa gestión» en sus áreas, su carácter «menos empático» y la voluntad de Iglesias, «intolerable», de «querer medirse con Sánchez».

Incluso los más críticos asumen que el bipartito durará. Lo mismo cree el sector morado, que el Gobierno tiene mimbres para seguir, por lo menos, hasta el final de la legislatura. Dejan claro que, «incluso con discrepancias» típicas, el Consejo puede funcionar como una maquinaria engrasada si se mantienen los canales de comunicación. Fuentes parlamentarias destacan el «buen entendimiento» entre los socios y añaden que los dos portavoces, Adriana Lastra y Pablo Echenique, charlan a diario, como lo prueba la maniobra para acorralar al PP por la Kitchen .

Todos admiten que, guste más o menos, PSOE y UP están condenados a entenderse. Y a resistir. H