La llave gubernamental le da otra vuelta al cerrojo de España. Más y más duro confinamiento preventivo. Las realidades que va alumbrando el temible enemigo, el coronavirus, se superponen y a veces hasta chocan entre sí. No todos los temblores ni decisiones son fáciles de ver desde nuestro sofá o las ventanas y balcones de nuestros hogares. Hay cosas que están sucediendo y sólo son observables con radiografías profundas y de urgencia.

Mientras los hospitales intentan sostener, a golpe de heroicidad y desafío a lo razonable, los cimientos civiles del Estado, los políticos y técnicos practican la alquimia legislativa y diplomática, en busca de luz al final del túnel. Lo último: decretar cierre de toda actividad que no sea crítica. Vacaciones forzosas, pagadas pero recuperables con horas extras en el medio plazo. Se busca evitar el colapso de la sanidad en la próxima quincena por más contagios, pese a que territorios como Madrid lo rozan ya con la punta de los cansados dedos de sus sanitarios. Catalunya, en la misma senda.

A la vez, una pequeña parte de la industria nacional, sin hacer apenas ruido, se reorienta asesorada por técnicos para fabricar guantes, máscaras, batas, geles y respiradores. Esto último, lo más complejo. Ya hay algunos ensayos discretos en hospitales con nuevos modelos. Hace falta que cumplan ciertos requisitos para que sean efectivos. Y capacidad para fabricar después a nivel industrial. A estas iniciativas se unen las medidas de emergencia, como el Ejécito limpiando sin descanso centros públicos y residencias: no hay datos oficiales todavía, pero se calcula que la mitad de las que hay en España tendrían infección entre sus paredes.

El fantasma de Italia

En este contexto y pese a haberse resistido un buen puñado de días, Pedro Sánchez da otra vuelta de tuerca a nuestro encierro. Desde la oposición hay quien le demandó todavía más en el último Pleno del Congreso. Él prefiere, insiste, mantener las áreas críticas y esenciales funcionando mientras sea posible. Y aunque no lo verbaliza, cruza los dedos para que se aplane la curva y llegue de una vez el material sanitario imprescindible, desde distintos puntos del globo, que le permita frustrar un contagio en cadena entre el personal de esas áreas. Los puertos, aeropuertos, responsables de la alimentación... también tienen enfermos. Y gente en cuarentena. Y miedo. Y representantes sindicales que claman por un cierre total, al modo italiano, mientras no haya recursos que se intentan fabricar ahora en España o se siguen buscando (y pagando a precio de oro en un mercado internacional hiperventilado).

También las distintas Administraciones, con tensiones entre ellas, quejas más que entendibles en algunos casos y postureo hiriente en otros, siguen trabajando contra el reloj. Todo ello sin contacto físico entre unos funcionarios que tampoco estaban preparados para funcionar, en su totalidad, a golpe de clic. Estamos reiventando todo. Hasta la forma de velar a nuestros muertos. Y_mientras, esperamos que Europa reaccione. Y que el virus se someta.