Éramos pocos y escribió Rajoy. El expresidente saca libro. No es un ajuste de cuentas, afirma, pero eso se lo dirá a todas. El antaño líder de los populares irrumpe en la campaña con la obra Una España mejor, que siendo título ambicioso podría ser también uno de los lemas con los que los partidos se adornan estos días. Lo que no sabemos es sí se refiere a que la suya, su España, era mejor o a que esta, la de él y la de Sánchez, incluso sumadas, son manifiestamente mejorables. Contra quienes tienen a Rajoy por timorato habría que recordar que ha elegido dos grandes actividades de riesgo: la política y escribir. En la primera llegó a lo más alto. Por eso cayó tan bajo: el primer presidente censurado. Con la segunda se va a hacer millonario, merced al contrato firmado con Plaza y Janés. Caramba con el registrador de la propiedad. Tranquilón, decían.

El mejor político escritor que quizás hayamos tenido, Azaña, ya nos dejó dicho que en este país cuando quieres guardar un secreto conviene escribirlo en un libro, así que no sabemos, ni tal vez sabremos, qué secretos expone a la luz Rajoy, el Pérez Reverte de la prosa política. El Eduardo Mendoza sería José Bono, por los buenos ratos de sonrisas (por chismoso) que nos hizo pasar con su «Diario de un ministro». Larra señaló que escribir es llorar pero no sabemos si a veces hay que llorar para que algunos no escriban. No nos referimos a Rajoy, cuyo estilo aún no hemos testado, ese estilo del que usted me habla. Y sí a líderes que, consumidos por esta velocidad a la que ahora van las cosas, pueden llegar a la cima de sus partidos en la treintena, retirarse a los cuarenta y pocos y tener la tentación de contarnos su vida a tan juvenil edad, edad aún para estar intentando procrear hijos y no libros. Gente que escribe sin leer. Rajoy tendrá actos en Galicia, para jugar en casa, y en otros puntos de España como Antequera. Irrumpe en la campaña. O sea, en la campaña de promoción de su libro. Presentará el volumen el cuatro de diciembre pero sugiere que aún no tiene presentador. Lo suyo es que sea Aznar. A Sánchez, Rivera y Casado aún hay gente en los mítines que les dice «queremos un hijo tuyo», no digamos ya a Abascal, pero de Rajoy lo que quieren es una firma, Rajoy, queremos una firma tuya. Una firma en Una España mejor. Y si fuéramos escepticos, el escépticismo es una forma de realidad, diríamos que es esa España que ninguno de estos lleva camino de conseguir. Ni siquiera Sánchez, al que Tezanos hace volar tan alto en las encuestas que ayer casi se despresuriza.

El PSOE ha incorporado a última hora el federalismo a su programa como el que no quiere la cosa. Nunca mejor dicho: no quiere esa cosa. La ha incorporado de súbito, a última hora, casi a deshora, como cuando uno, a punto de salir de casa ya acicalado decide de repente ponerse un pañuelito en el bolsillo de la pechera de la americana. Crees que te hace más elegante pero no va a faltar quien opine que te hace más recargado. Los más federalistas son los de PSC, que son los que han pugnado para que este aditamento ideológico quede sellado, incluido, en el programa de los socialistas.

Los federalistas son como los unicornios, que todo el mundo sabe lo que son pero nadie conoce o ha visto a ninguno. A ver: los que dicen serlo no quieren en realidad la igualdad de todos los territorios, corazón ideológico de la propuesta federalista, y sí mayor autogobierno de unos y no de otros. Y eso no es federalismo. Es un señuelo. O un pañuelo. Como el de las pecheras.

Entrar en disquisiciones sobre el federalismo es hacer oposiciones a que no te lean. No aprendemos de Rajoy. La gente es muy de presentarse a pruebas para que no los lean. Ven un folio y se ponen a llenarlo. Ven una pantalla y se lían a teclear. Y luego pasa lo que pasa, que salen garabatos, frases inconexas o incluso una propuesta federalista.

Más valdría hablar de pañuelos, yo gasto últimamente unos muy delicados, de Hugo Boss, crónica patrocinada. O escribir como Rajoy (bolsillos llenos) ligero de equipaje.