«El día antes a esa misma hora, las cinco de la tarde, paseábamos por aquí con la nieta, Julia, de 4 años. Nos podría haber pasado a nosotros. Damos gracias a Dios, pero nos acordamos mucho del crío muerto de Ripoll», cuentan con la emoción contenida las cordobesas Carmen y Gloria mientras fotografían las flores, las velas, los ositos y otros objetos que ayer empezaban a cubrir el mosaico de Miró en recuerdo de las víctimas. «Para que sigáis jugando allá donde estéis», se lee en un balón en el altar conmemorativo. Así lo harán los pequeños que vieron truncada su corta vida por una furgoneta maldita.

La tristeza empaña las miradas de quienes se aproximan a depositar algún símbolo de un dolor compartido. «Cada domingo paseamos por la Rambla. Aquello fue terrible, no se puede olvidar», declara una pareja de jubilados tras dejar dos velas y una inquietud: «Ya no paseamos tranquilos; imagínese, también querían hacerlo en la Sagrada Família y el Camp Nou».

Emocionada, una mujer leonesa deposita un ramo con dos rosas rojas y una amarilla. «Si me hubiera pasado a mí, me gustaría que lo hicieran, y los colores son porque no quiero que se politice: todos estamos en un mismo barco y debemos luchar juntos. Es un acto de respeto, no político», expone Mercedes, cuyo marido vivió, desde un balcón, todo «el horror de aquella barbarie». «Oyó ruido, se asomó y vio lo que pasaba hasta que le mandaron meterse dentro. Fue un gran impacto para él. Lloró mucho y ha pasado un año muy afectado».

Otros memoriales

Los turistas, que siguen bajando la Rambla a manadas tras el atentado, repiten el ritual de vecinos y locales. Se detienen unos minutos para sumarse al sentimiento de pena colectivo e inmortalizar con sus móviles ese escaparate de condolencias anónimas. «Conmueve ver todas esas flores, pero es necesario recordar», dicen los británicos John y Sarah, que explican cómo los habitantes de Manchester se tatuaron la abeja obrera, símbolo de la ciudad, en tributo a las 22 víctimas mortales del ataque durante un concierto de Ariana Grande.

«Solo puedes rezar», lamentan dos jóvenes canadienses. Su Toronto natal también vivió un ataque con furgoneta. Llegadas desde Madrid, asimismo golpeada brutalmente (193 muertos en el 2004), Jenny y Puri lamentan el terror global: «Es horroroso ver que cuando vas por las ciudades te encuentras con estos altares, cada vez más. Pero son necesarios porque debe ser reconfortante para las familias saber que se las recuerda». A ellas les pilló en la capital británica el atentado en el Puente de Londres de junio del 2017.

Dos argentinas que desconocían que la furgoneta había arrollado a las personas por el centro peatonal exclaman: «Pensábamos que fue por la calzada. ¡Qué brutal!». Mónica, colombiana residente en Barcelona, es más partidaria de los homenajes recogidos, en una iglesia, donde el «gran dolor» pueda revivirse de manera «más íntima. Dolors y Alonso censuran la «hipocresía intolerante de los políticos» y se explayan: «Vendrá al acto el rey Felipe, que comercia con armas y es amigo del jeque de Arabia Saudí, que las está suministrando para la guerra en Yemen donde están muriendo muchos niños. ¡Es una ironía! ¡El poder no tiene escrúpulos!».