Hubo nervios, rencor y lágrimas de felicidad pospuestas durante años. El Congreso más dividido de la democracia validó por solo dos votos de diferencia la presidencia de Pedro Sánchez, que abre un nuevo ciclo en España tras cinco años de una parálisis política que ha fomentado la aparición de la ultraderecha y ha incendiado el conflicto territorial. A pesar de la campaña de acoso a diputados, la candidatura socialista salió adelante, en una sesión en la que PP y Vox volvieron a enseñar los dientes, acusando al líder del PSOE de dejar a España en manos de "golpistas" y "terroristas". Pablo Iglesias se echó a llorar, embargado por una emoción compartida por decenas de diputados, y esperó turno para felicitar a un Sánchez desbordado por los abrazos. El presidente solo se permitió las lágrimas después, entre los suyos, en la zona reservada al Ejecutivo. Salió del Congreso y empezó a tomar decisiones. Sorprendentes.

La primera, echar el freno. Lejos de lo que se había especulado, la formación del Gobierno no será en las próximas horas, sino que habrá que esperar hasta la semana que viene. Ya no hay prisas. Ni los socialistas ni tampoco la Moncloa argumentaron la decisión. El entorno del presidente explica desde hace tiempo que tiene a su nuevo gabinete decidido y que la intención era ponerse a trabajar "cuanto antes". Esta premura había llevado a la conclusión de que el primer Consejo de Ministros podía ser este viernes. No será así.

Nada más terminar la votación, mientras socialistas y podemistas celebraban la investidura en restaurantes próximos al Congreso, las filas moradas desgranaron cuáles serán Sus nombramientos. Sánchez, en cambio, tramsitió que él no desvelará quiénes son sus ministros hasta la próxima semana, una decisión que sorprendió en el PSOE y en la Moncloa. Sus colaboradores vienen defendiendo desde hace tiempo que el vicepresidente debe ir siempre un paso por detrás del jefe del Ejecutivo. "Todavía no está todo cerrado, pero pronto lo estará", señalan fuentes del Gobierno. El próximo viernes, de momento, no se reunirá el Consejo de Ministros.

En público, Sánchez e Iglesias han sellado su idilio, con abrazos y loas. Sin embargo, en privado, ambos partidos apuestan por perfiles duros y fieles para una cohabitación que, saben, es una oportunidad y un desafío.

A las once, a Zarzuela

Sánchez acudirá este miércoles a las once de la mañana al palacio de la Zarzuela, a prometer su cargo ante el Rey. Después se abre un 'impasse', hasta que haga pública la formación de un macrogobierno que está ya diseñado. Fuentes próximas al presidente indican que habrá sorpresas.

Donde no las hubo, finalmente, fue en la última sesión del pleno de investidura. A pesar del nerviosismo por lo ajustado de la votación y el miedo a un episodio de transfuguismo o de un accidente de última hora, los números sumaron como estaba previsto. 167 'síes', 165 'noes' y 18 preciadas abstenciones (13 de ERC y 5 de Bildu). Tan apretado era el marcador que la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, iba anotando cada voto mientras los diputados iban pronunciando sus posiciones.

Clima tóxico

Antes de los votos, en un hemiciclo agitado por la crispación, más cerca de un estadio deportivo que de un Parlamento, Sánchez empleó su última intervención para apelar a las derechas a que rebajen la tensión. Les pidió que no contagien ese clima de irritación a la sociedad, y que superado el debate de investidura dejen los excesos y vuelvan al consenso.

Reclamó dejar atrás "el berrinche", el "clima tóxico" generado por la "frustración y la amargura" de perder las elecciones. Parafraseando al presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, apeló a la calma con una cita que volvió a enervar a las bancadas conservadoras. "Todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo río".

Enfrente se encontró con una derecha radicalizada que volvió a hablar de traición, romper España y terrorismo. El PP volvió a sonar como Vox. Tan duro, que Iglesias se preguntó si quien puede acabar por tumbar a la Monarquía es, justamente, el discurso ultramontano de Pablo Casado y Santiago Abascal.

Compromís les afeó "falta de educación". Íñigo Errejón felicitó a un Gobierno que, dijo, llega cuatro años tarde. ERC, con un discurso duro de la diputada Montse Bassa, (hermana de la 'exconsellera' de Trabajo encarcelada) habló del dolor de los presos y aseguró que la gobernabilidad le importa "un comino". Los socialistas entendieron que hablaba a su parroquia, pero sus palabras anticipan lo complejo que será el camino del diálogo.

Al final del pleno, Iglesias llevó un inmenso ramo de flores a la diputada Aina Vidal, enferma de cáncer, cuyo voto era impresdindible. El líder morado se deshizo en lágrimas. Los aplausos continuaban. Mientras Podemos gritaba "Sí se puede", el portavoz de los republicanos, Gabriel Rufián, con gripe, se marchó rápido. Fue, quizá, el único de los artífices de la investidura que no se acercó al escaño de Sánchez a felicitarlo. Había cola.