Es norma entre los presidentes de Gobierno aplazar la agenda internacional que construye un perfil de estadista para el final de sus mandatos. Pedro Sánchez rompe esa ley no escrita. En sus dos meses al frente de la Moncloa ha activado las relaciones con los principales mandatarios europeos desde el primer día y está determinado a estrechar ese vínculo, convencido de que algunos de los retos más trascendentes que afronta España dependen más de Bruselas que de Madrid. Con esa idea, Sánchez invitó a la canciller alemana, Angela Merkel, a visitarle en sus vacaciones en Doñana. La líder con más poder en el corazón de Europa aceptó, y este fin de semana viajará al Parque Nacional, en Huelva, donde el presidente pasa unos días de descanso con su familia.

Sobre la mesa están los asuntos que despiertan más quebraderos de cabeza a ambos dirigentes. Sin embargo, fuentes del Gobierno subrayan, ante todo, que el viaje confirma la «excelente sintonía» que mantienen para abordar aspectos como la inmigración o la seguridad. No se esperan pactos concretos, por lo tanto, sino avanzar en una posición «común» y mostrar la «especial atención» que dedican a las complejidades que entraña gestionar el creciente número de desplazados .

A nadie se le escapa que la mera visita implica un mensaje de rechazo a la política xenófoba del Gobierno italiano. La cita se anunció ayer, el mismo día que el ministro de Exteriores, Josep Borrell, reprochó al responsable de Interior de Roma, Matteo Salvini, «hacer política no solo a costa de España, sino a costa de toda Europa». La reacción no tardó en producirse. El dirigente italiano acusó al Gobierno de Sánchez de «favorecer la inmigración fuera de control».

Merkel y Sánchez tienen previsto también abordar la reforma de la unión económica y monetaria.