El presidente del Gobierno quiere poder conciliar el sueño el tiempo que dure la legislatura. Para justificar la repetición de elecciones, Pedro Sánchez explicó en su día en televisión, en horario de máxima audiencia, que no podía ceder ministerios importantes a Unidas Podemos porque entonces no podría dormir. «Y como yo, el 95% de los españoles», añadió textualmente. Una vez que se ha hecho pública la composición de su numerosísimo gabinete, podemos decir sin temor a equivocarnos que Sánchez, al menos en esto, ha sido coherente. Ha hecho lo que dijo que haría.

El partido de Pablo Iglesias tendrá una vicepresidencia y cuatro ministerios. Sin embargo, el líder del PSOE se ha encargado de diluirle en una ensalada de vicepresidencias y de taponar a todos los ministros morados con sus propias personas de confianza.

Sánchez se blinda y, de alguna manera, aplasta lo máximo posible el incordio que puede conllevar un gobierno de coalición. Cualquier cosa que quieran hacer los ministros de Unidas Podemos chocará con una cartera socialista. Además, el equipo económico es, a priori, muy solvente, muy europeo y muy poquito antisistema. Habrá que ver, por ejemplo, si el «derogaremos la reforma laboral» que figura en el acuerdo de gobierno se mantiene en la práctica con esa contundencia.

El papel de Iglesias

Quizá no estoy en lo cierto, pero tengo la sensación de que Pablo Iglesias va a tener que tragar mucho en esta legislatura. Por un lado, tendrá que callar ante desplantes tan feos como el de ver cómo se multiplican las vicepresidencias sin su conocimiento. De momento, no parece que vayan a contarle previamente todo lo que debería saber. Por otra parte, una vez que ya hemos interiorizado que la famosa casta está cada vez más concurrida y que pisar moqueta y asaltar cielos es complicado de compatibilizar, Iglesias deberá sin embargo hacer equilibrios para conservar aunque solo sea parte de su esencia. Si no, podemos llegar a la conclusión de que no hay diferencia entre votar a unos o a otros.

El Gobierno, en todo caso, nace evidentemente en un clima de desconfianza.

La prueba es, como explicaba anteriormente, el abultado número de ministerios. Si Sánchez se fiara de Iglesias, no haría falta crear carteras con el único fin de arrebatar competencias a las ya existentes. No sé cuánto dinero público costará esta fiesta ministerial.

Sirva como pista una anécdota que cuenta José Bono en su libro Se levanta la sesión. Transcurre en la toma de posesión del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Bono dice que aquel día Pedro Solbes tenía «cara de enfado» y estaba ya amenazando con dimitir si no se aceptaban los presupuestos tal y como él los iba a presentar. Y escribe que, en un momento dado, el entonces ministro de Economía añadió otro lamento: «El deseo de cambiar los nombres de los ministerios nos va a costar un dineral en rótulos e impresos».

¡Y eso solo por cambiar los nombres! Crear ahora departamentos nuevos abultará la factura bastante más.

En este momento, solo cabe esperar que, al final, todo este berenjenal merezca la pena.