La participación más baja de nuestra historia democrática, el 66,48%, se registró en el 2016, en las elecciones generales del 26-J. Apenas habían pasado unos meses desde que los ciudadanos acudieran por última vez a las urnas para elegir a sus representantes al Congreso y al Senado, y la repetición electoral pesó. Influyeron el estío y el hastío.

Ahora, con la cita del 28-A, coincide el arranque de la campaña con la Semana Santa. En el PP han lamentado la «falta de respeto» a las tradiciones. Pablo Casado llegó a quejarse de que Pedro Sánchez había escogido la fecha «para ver si algún cofrade no va a votar».

Nunca antes se habían mezclado los carteles electorales con los pasos, penitentes y mantillas, pero los expertos consultados apuntan a que la fecha no es tan atípica: cinco elecciones generales se han celebrado en marzo, y el que cuando llegue el día de la votación ya haya quedado atrás el periodo festivo hará que este no influya directamente en la participación. Sí cambiará la forma de hacer campaña, pero con escaso impacto, porque desde hoy hasta las elecciones estamos ya en precampaña permanente.

Históricamente, solo Andalucía ha hecho coincidir en fecha sus elecciones regionales con las generales en cinco de las once autonómicas, beneficiándose de un aumento de la participación.

Todos los expertos consultados coinciden en que la incertidumbre y la polarización serán clave para la participación en estos comicios, que previsiblemente estará por encima de la media en unas generales (72,63%). Y no solo en Andalucía. «La participación es mayor cuanto mayor es el riesgo de desestabilización -apunta Pont-. Se cumplió en Cataluña en estas últimas autonómicas y también en las generales de 1982», que marcaron un récord todavía imbatido del 79,97%.

«En torno al 70% del electorado decide su voto antes de la campaña», e incluso para el resto «la campaña no es relevante», señala Ignacio Lago, catedrático de Ciencia Política. Como mucho, «se puede resentir la movilización secundaria», la que se da entre los ciudadanos y sus amigos o familiares, puesto que en días festivos no se habla tanto de política.

«La campaña se intensificará en la segunda semana y en la primera se limitará a la presencia en medios más que en grandes actos», cree Montabes. «Será especial por la población desplazada de su domicilio. En periodos de vacaciones desciende el seguimiento de la televisión», el medio preferido de los políticos para colocar mensajes electorales.

La primera semana de campaña será peculiar. Tanto PP como PSOE ya han confirmado que sustituirán los mítines por paseos jueves y viernes santo. Pero eso también será hacer campaña. «Es posible que no quieran hacer elegir a la gente entre el acto social o el acto político, pero si el político está en el acto social está haciendo campaña de alguna manera», indica José Manuel Trujillo, profesor de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. «Acudir o no a las procesiones es ya hacer campaña frente a su electorado e incluso podría ser una estrategia», señala. Para algunos partidos será más fácil posicionarse frente a esta tradición.

La Semana Santa distorsionará la campaña, y también el trabajo demoscópico, porque los políticos tratarán de adaptar su presencia en medios y en redes sociales. Habrá políticos costaleros y políticas con mantilla.