Cuando Santiago Abascal congregó a 20.000 personas en la madrileña plaza de Colón, el domingo, en torno a una bandera de España de 1.000 metros cuadrados, muchos dirigentes en el PSOE y altos cargos del Gobierno no pudieron reprimir media sonrisa. Los socialistas espolearon su campaña en las generales de abril a lomos del miedo a que el auge de Vox permitiese sumar a las «tres derechas». Medio año después, el partido en el Gobierno cree que el crecimiento exponencial que las encuestas auguran para la ultraderecha, con sondeos que la sitúan como tercera fuerza, movilizará a los votantes progresistas indecisos, aquellos que manifiestan simpatía por Pedro Sánchez pero siguen mostrando enfado por la repetición electoral.

El presidente en funciones los cifró ayer en dos millones y apeló a ellos en una entrevista en Telecinco. «Es muy importante que los indecisos sean conscientes de que su voto es importante, no solo para decidir quién gana las elecciones, sino para tener un horizonte de estabilidad en nuestro país», reivindicó, a punto de sumergirse en una intensa campaña que cerrará el 8 de noviembre en Barcelona.

SACUDIR LA CAMPAÑA / Los asesores de Sánchez habían detectado con preocupación a la vuelta del verano que la apuesta por la moderación de Pablo Casado iba a ser una inyección de morfina a la campaña que solo podía beneficiar al PP. El PSOE, con un electorado que se movía entre el malestar y la apatía, necesitaba justamente lo contrario: una amenaza, una sacudida, una imagen de desasosiego que llevase a los suyos de vuelta a las urnas.

Esta vez no serían los excesos verbales del líder conservador, que ha aprendido de los errores que le dejaron temblando en abril con 66 escaños, pero ese adversario bien podía ser Abascal, aupado hasta la tercera posición por los disturbios en Catalunya. Los socialistas creen ahora que, si se confirman las fugas de los votantes de un Ciudadanos en declive y el miedo a Vox logra movilizar al electorado progresista, podrán salvar el 10-N. Catalunya se convierte así, en el máximo catalizador electoral.

Los discursos, las miradas y las fechas en la agenda van a estar pendientes de lo que suceda día tras día en el mundo independentista. La posible entrega de Carles Puigdemont y la huelga estudiantil van a marcar la agenda, pero Sánchez introdujo ayer otro factor que podría colarse en la campaña: la investigación para determinar «si existen vínculos entre responsables políticos y algunas plataformas». «Vamos a llegar hasta el final», advirtió. Hace un mes, Sánchez se refería a la respuesta a la sentencia del procés como un riesgo, pero ahora habla directamente de «amenaza», frente a la cual España necesita un «Gobierno fuerte». Los socialistas aseguran que han empezado a percibir en las encuestas el respaldo por la gestión de los disturbios en Cataluña.

«pretendida izquierda» / La decisión de actuar con moderación sin caer en la mano dura que pide la derecha y el «éxito» de la colaboración entre cuerpos de seguridad, explican, ya se refleja en algunos estudios e irá en aumento en los próximos días. La respuesta gubernamental a la crisis y el miedo a Vox, indican, favorecerán la remontada de los socialistas hasta los 130 escaños, siete más que en abril.

Para taponar eventuales fugas de votantes socialistas a Unidas Podemos, desencantados por la repetición electoral y por la gestión de la crisis catalana, Sánchez eleva el tono contra Pablo Iglesias. Ayer se dirigió a la formación morada como la «pretendida izquierda» y la acusó de alinearse con la derecha para construir un «muro» que bloquea la continuidad del PSOE en el Gobierno. «Solo hay un camino para derruir ese muro», dijo, «reunir todas las fuerzas para construir un Gobierno progresista y fuerte». Sánchez comenzará este jueves en Sevilla una campaña electoral en la que se exprimirá al máximo, con dos y hasta tres actos diarios. El último, en Barcelona, el 8-N por la tarde, tras un acto matinal en Madrid.