Cuando no teníamos Gobierno, muchos sosteníamos que en España no había cultura de coalición, no digo deseos, que menos . Hoy podemos seguir sosteniendo que ni la había ni la hay; no en los coaligados, menos en los observadores de la coalición.

En las culturas acostumbradas a tan constitucional manera de entender el pluralismo es normal que se produzcan miradas de reojo entre los coaligados, miradas asesinas desde la oposición, política y mediática, y miradas cortas y largas entre los que gobiernan. Y celos, claro, entre opuestos y más entre afines. La tensión más grave es entre que la coalición estalle y que perdure.

Hasta ahora, cuando apenas contamos 100 días de cortesía, ya se han producido escarceos elevados a la categoría de crisis de Gobierno. La primera, podemos decir que ha sido ideológica. El menor mira de reojo y nota que en un tema tan sensible como la inmigración, el socio mayor se suelta e interpreta con alegría el fallo del Tribunal de Estrasburgo, celebra su visión de las devoluciones en caliente, y claro, en razón de su ideología y de su clientela, Podemos no lo puede consentir. Pero, curioso, el leve corsé del acuerdo de coalición limita los estragos previsibles y deja a la oposición, ajena y propia, con la miel en la palma de las manos.

Sin embargo, el insomnio no ha aparecido en lo fundamental. Pedro Sánchez duerme a pierna suelta porque Podemos arriostra las posiciones gubernamentales con Cataluña e incluso guarda la compostura en situaciones comprometidas, sea en política exterior, sea en el sostén de decisiones controvertidas como el nombramiento de la fiscala general del Estado, Dolores Delgado.

La ley de libertad sexual rechina entre los coaligados. Y no se podría decir que no haya un consenso generalizado en su aprobación pero chocan los poderes subterráneos, los clientes y los díscolos. También los excesos verbales, uno de los invitados indeseables en toda coalición. Voluntad hay de una ley tal, de hacerlo bien también.

Legislar para todos

Una buena ley -lo notamos con la ley mordaza y su interpretación reciente, sui generis, por parte de policías y guardias civiles- debe perseguir sus objetivos, pero además ajustarse a derecho y ser compartida. No está mal que la técnica jurídica sea tenida en cuenta. No es lo mismo una asamblea de propios ideológicos y cuchipandis afines que legislar para todos.

No creo que la sangre llegue a la Fuente de Neptuno -y eso que es cuesta abajo del Congreso-. Estar en un Gobierno ablanda las seseras y se tiende a mear para afuera. Competir entre coaligados es normal, que alguno se lleve el gato al agua también, pero lo trascendente es que el Gobierno dure y más cuando al otro lado de la ventana apenas hay alternativas, por no decir que malísimas. Tal vez, después de las elecciones vascas y gallegas -más después de las catalanas- todo cambie, pero es pronto.

El objetivo de toda coalición es seguir -miren Alemania-, mejorar si se puede, reñir para no confundirse ni ser confundidos. Si acaso, discrepar mucho pero al final de la legislatura. La última no es grave, en todo caso, una lección a aprender. Lo dijo Mario Cuomo, exgobernador de Nueva York: «Se hace campaña en verso, pero hay que gobernar en prosa».