«Necesitamos recargar pilas, una tregua, descansar. Si empalmamos una ola con la otra, la tropa va a llegar muy cansada». Kiko Rosa es médico de la UCI en el Hospital Clínico de València, uno de los más grandes de la capital del Turia, y reflexiona sentado en una silla a la puerta de los 16 boxes acristalados en los que hace unos días se colgó el cartel de completo por el coronavirus y en los que ahora apenas quedan seis.

El gesto serio y un punto cansado contrasta con su imagen unos minutos atrás cuando ha entrado como un torbellino («estoy limpio, eh?») en el despacho de la jefa para coger un teléfono móvil con el que, ya enfundado en un traje EPI, entrar en la acristalada habitación de Matilde y hablar con su familia con una tableta. Con su efusividad aporta la energía que aún le falta a esta mujer, la paciente que más tiempo lleva ingresada en esa UCI. Entró hace más de 20 días, cuando no estaba claro que el enorme desgaste de los profesionales estuviera domando la famosa curva. «Ha sido muy intenso y yo no soy de los que suelen hablar así. Muchas veces se me hacía cuesta arriba venir. En las primeras jornadas se notaba mucho la tensión», admite este profesional.

«Había momentos en los que todo se te venía abajo, no hay fines de semana, no hay vacaciones, estás aquí todos los días y al final te parecen todos iguales, pero la vuelta a casa era muy mala. Estás más irascible y había muchas más peleas hasta que pasaban unas horas», apunta Rosa.

Esos estallidos también han aparecido puntualmente, aunque en forma de lágrimas o de nervios descontrolados, en las sesiones de mindfulness que dos veces al día realiza el equipo de servicio de interconsulta del departamento de psiquiatría del centro con grupos de entre 10 y 15 sanitarios de los servicios «de primera línea».

«Están cansados física y psicológicamente», admite Marisa Blasco, jefa de servicio UCI, y cuando se relajan, «salen los excesos hechos, porque no deja de ser tu trabajo pero se ha rodeado de un miedo inevitable y humano de ‘me voy a contagiar’ que es terrible». Y eso que en su caso los buenos resultados sirven de refuerzo. «Están motivados porque los resultados no han sido nada malos, la mortalidad ha sido muy baja, inferior a la esperada, y eso da alegría».

Pero necesitan parar. «Estoy sorprendido y orgulloso de lo bien que están, pensaba que no lo podríamos soportar. La gente se ha entregado, hemos venido a trabajar dos meses seguidos igual que todos los servicios implicados pero espero que se puedan coger vacaciones y días libres», defiende Jaime Signes-Costa, jefe de servicio de neumología, otro de la primera línea durante la pandemia.