Algo más que un engorde de la cifra de procesos electorales que los españoles llevan a sus espaldas. Los comicios del próximo 5 de abril en Euskadi y Galicia son, sin duda, algo más. Serán unas elecciones relevantes para el futuro de estos territorios, pero también para el devenir de España, de sus políticos y de su política. En común tienen Iñigo Urkullu y Alberto Núñez Feijóo que pretenden seguir sancando pecho, se verá si lo consiguen, de que sus territorios son los últimos reductos donde la extrema derecha no logra campar a sus anchas (los sondeos auguran que Cataluñaa no correrá, casi con seguridad, esa suerte).

Ambos, además, son conservadores moderados con un concepto de patria absoluta y radicalmente opuesto que intentan huir de lo que, según sus entornos, consideran «excesos»: en el caso de Urkullu, de los postulados independentistas con tintes de izquierda de Bildu o de la dependencia de los planteamientos antagónicos de Podemos, sin cuya ayuda, todo hay que decirlo, no hubiera podido sacar adelante el lendakari sus últimos presupuestos.

LA ASCENDENCIA DE FEIJÓO / En lo que concierne al gallego Feijóo, el «muro» que pretende levantar con este adelanto electoral pretende frenar a una izquierda que, con un PSdeG espoleado por la presidencia de Pedro Sánchez y un BNG que algo remonta, puedan amenazar su mayoría absoluta. Pero hay más. Su resultado se aguarda con ansiedad en las filas de su partido, el PP, donde la victoria (otra) le garantizaría la máxima ascendencia en una organización que no acaba de acostumbrarse, ni de rentabilizar, los continuos vaivenes de discurso de Pablo Casado.

El peneuvista Iñigo Urkullu y los suyos pretenden ganar estabilidad en esta jugada de sacar las urnas antes de tiempo: se trata de cortar el paso a Bildu ahora que no han llegado turbulencias electorales desde Cataluña y cuando, según sus cálculos, es aún posible que los debates y mítines giren en torno al día a día vasco y no al de los vecinos catalanes.

El PNV cree que le interesa en estos momentos erigirse en «muro» aprovechando un momento de relativa calma en España y sacando rédito, o al menos intentándolo, al puñado de competencias que, en semanas, el Ejecutivo de Pedro Sánchez va a empezar a ponerle encima de la mesa -entre las que podrían caer, en primera ronda, prisiones- a cambio de apoyo en las Cortes.

Los nacionalistas vascos quieren evitar que socialistas y morados tengan más meses de margen para sacar rédito a su acción de gobierno en Madrid. Su objetivo, dicen desde el entorno del lendakari, es demostrar que se puede ir haciendo patria en los márgenes de la ley, ganando peso, influencia.

El PNV ha movido ficha mirando de reojo a sus principales adversarios y al puñado de proyectos de ley que, a falta de una mayoría absoluta en la Cámara vasca, aún contando con los votos socialistas, estaban condenados a pudrirse en un cajón. Podemos, que no hace tanto llegó a ganar las generales a los peneuvistas en tierra vasca, estuvo dispuesto a desatascar unos presupuestos, los últimos, pero hasta ahí. El suplicio parlamentario de puertas para adentro estaba garantizado. ¿Y el de puertas para afuera? Pues según el diagnósitico de los nacionalistas de Euskadi, es una posibilidad dada la inestabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez y su dependencia de ERC, en clara lucha por el poder con JxCAT.