Dice el socialista vasco Ramón Jáuregui que el futuro del Valle de los Caídos debería pasar «por que quienes rechazan ir por allí puedan visitarlo sin sentirse ofendidos». Y su opinión es relevante cuando, exhumado Franco, se avista la segunda fase de la resignificación del monumento. Jáuregui fue el ministro de la Presidencia que supervisó a la comisión de expertos creada por el Gobierno del PSOE en el 2011. Y, si sigue en el poder, Pedro Sánchez partirá de las recomendaciones de aquel grupo.

Fuentes socialistas auguran dos próximos movimientos: primero, el traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera en la basílica a un lugar no preminente. Después, la reforma de la fundación que rige el Valle, con la expulsión de los frailes que puso allí el franquismo. Para lo primero, esas fuentes no ven a la familia Primo de Rivera en disposición de iniciar una pelea judicial como los Franco.

Jáuregui cree que el Valle deberá ser «símbolo del abrazo reconciliatorio y de mutuo perdón que nos dimos los españoles en 1978», y que debe cambiar de nombre: «Memorial de Víctimas, o Valle de las Víctimas». El exministro rechaza la idea del fallecido historiador Santos Juliá de dejar que la naturaleza se coma al monumento. «Sería una gran falta de respeto olvidar que allí hay 33.847 españoles enterrados, 11.000 del bando franquista y 22.000 republicanos».

Ve más sensato «convertirlo en un espacio público, de todos, después de que las familias que quieran, y si es posible, recuperen los restos que les pertenecen. No sería necesario desacralizar la basílica si se construyera un espacio laico de meditación, para que el visitante que quiera orar vaya a un sitio, y el que no, vaya al otro».

Pero no desacralizar no significa que los 15 monjes del prior Cantera sigan allí. «Con su oposición frontal a los principios democráticos se han ganado a pulso que se plantee su salida», explica Jáuregui, que propone usar la abadía para «un museo que diga fidedignamente quiénes construyeron aquello y qué fue la guerra civil».

Pero antes, «dignificar los columbarios con un pasillo que permita su visita» y, fuera, en la explanada, «grabar en placas los nombres de todos los enterrados, como el Memorial de la Guerra de Vietnam en Washington, en un espacio laico de meditación, quizá un pebetero».

Ese punto podría ser también un lugar de recepción de realidad aumentada con móviles y tabletas que proporcionara explicaciones, imágenes del NO-DO y documentos de la época. Lo sugiere estos días el experto en memoria Francisco Ferrándiz.

Las placas y el pebetero suscitan consenso. Juan de Ávalos, arquitecto hijo del escultor del mismo nombre autor de la enorme estatuaria del Valle, dice: «No haría ninguna intervención arquitectónica que modifique el edificio, pero sí podría instalarse un pebetero en la explanada delantera, que tiene espacio».

Para Ávalos, debería ser «en hierro y piedra, y horizontal». En los edificios de la abadía, «haría un centro de estudios abierto a las diversas interpretaciones de los fenómenos sociales». Pero añade: «Todo resultado ha de ser abierto y neutral». Ávalos visita el valle cada mes con unos amigos que quedan a comer por la zona. Con humor, llaman a su grupo de WhatsApp Valle de los cocidos. Con Ávalos no contó la comisión de expertos. «Me ven contaminado», lamenta, y recuerda que su padre, el escultor preferido de Franco, fue socialista, y que el jefe de carpintería que contrató para su taller era Pedro Vergara, excomisario político en el frente de Teruel.

Desde la Universidad Carlos III de Madrid, el catedrático de Historia Contemporánea Ángel Bahamonde, experto en exilio republicano, sostiene: «El Valle, o lo convertimos en centro de memoria, o dejamos que la naturaleza haga su trabajo. Para mirar al futuro hay que entender el pasado. Por eso ese lugar debería contar con cuánto sufrimiento se construyó. Es intolerable que algunos digan poco menos que fue un lugar de vacaciones para presos políticos».