Alivio y preocupación son probablemente lo que habrán sentido los doce acusados del procés cuando a las 19:02 horas de ayer el presidente del tribunal, Manuel Marchena, dejó visto para sentencia el juicio. Pero la última de las 52 jornadas de esta vista solo supuso un punto y seguido a un conflicto que se antoja largo.

Lo han augurado casi todos los propios procesados, que han hecho uso de su derecho a la última palabra para convertir el banquillo de los acusados en una tribuna política, con alocuciones propias de un mitin y sin dejar espacio alguno al arrepentimiento.

Solo la alusión a sus familiares, algunos presentes en la sala, ha quebrado la voz de algún acusado y rebajado el tono enfático de los alegatos.

Quizá sintiendo el aliento de los presidentes de la Generalitat, Quim Torra, y del Parlament, Roger Torrent, los acusados han preferido reiterarse en sus planteamientos independentistas que defenderse de las acusaciones, salvo la expresidenta de la Cámara autonómica Carme Forcadell. Solo su traje de chaqueta y pantalón amarillos expresaban su ideología independentista, que ha eludido volcar en sus palabras.

«Estoy siendo juzgada por mi trayectoria política, por ser quien soy; no por mis actos ni por mis hechos», proclamó Forcadell en su enésimo intento de hacer ver al tribunal que no hizo ni dijo nada distinto a sus compañeros de la Mesa del Parlament, a los que no se les imputó en esta causa.

Inocencia que «con voz clara y alta» también ha proclamado otra de las acusadas, la exconsellera de Trabajo Dolors Bassa, que se definió como «profesora, republicana, feminista, independentista» y, sobre todo, demócrata, como se definieron también los demás.

La política no abandonó el juicio en casi ninguna de las 52 sesiones, pero hoy, al igual que en las primeras jornadas, ha estado más presente que nunca. Y al terreno de la política quieren los acusados que baje el tribunal cuando dicte sentencia, hasta el punto de descargar en él la responsabilidad del devenir de las relaciones de Cataluña con el Estado.

Atentamente escuchó Marchena esos alegatos -más extensos unos, como el de Jordi Sànchez, y más breves otros, como el de Oriol Junqueras-, pero solo eso. Ningún gesto que permita aventurar si el tribunal recoge o despeja la pelota. Es cosa suya.

«No me gustaría estar en su lugar», reconoció Sànchez dirigiéndose al tribunal y emplazándole a que «no agrave la crisis política» con su sentencia.

Con más expectación se esperaba el alegato de Junqueras, que ayer, en el tramo final del juicio, no tuvo más remedio que sentarse en la primera fila de las cuatro que el Salón de Plenos del Tribunal Supremo habilitó como banquillo de los acusados.

Junqueras, que se definió sobre todo como padre de familia y profesor, agradecido poder hablar después de tanto tiempo «privado» de la palabra, que ayer utilizó para manifestar su compromiso «irrenunciable con la bondad humana» y para reivindicar la vuelta de la cuestión catalana «a la buena política, al terreno del diálogo y al acuerdo».

En eso coincidieron todos, como coincidieron en señalarse como políticos que han trabajado y seguirán haciéndolo por los catalanes. Pero nada dijeron de esa herida abierta que deja un proceso que, con toda probabilidad, nadie quería que acabara en los tribunales.

«¿Cómo hemos podido llegar a este punto, a este despropósito?», se preguntó Santi Vila, el exconseller «díscolo». Es probable que Torra no lo oyera porque precisamente se ausentó de la sala cuando comenzó el alegato de Vila.

Tampoco escucharía esta otra reflexión: «Para saber dónde queríamos llegar, qué mal lo hemos hecho».

Con citas de Sócrates, como «es mejor sufrir un injusticia que cometerla» reproducida por Sànchez, del poeta Joan Maragall, de Salvador Espriu, Gil de Biedma o de Iñigo Urkullu, los acusados tendieron su mano para abrir un diálogo que ellos consideran rompió el Gobierno. Para ello, habrá que abrir puertas. Y esto puede ser posible porque, como le dijo un preso a Sànchez, «no hay puerta que se resista».

El juicio acabó. El Salón de Plenos recogió en 52 sesiones las dos versiones de una herida que es necesario cerrar y en sus paredes resonaron palabras tan antagónicas como paz y odio. Ayer, Marchena cerró el juicio con estas cuatro palabras: «Muchas gracias a todos». Ojalá se puedan también pronunciar cuando se ponga el punto final a este capítulo de la historia de España.