Se extiende la tesis de que los comicios del 26-M se conforman como una segunda vuelta de las generales. No será este humilde articulista quien discuta tan atractiva teoría. En los medios nos gusta hablar de política usando el lenguaje hiperbólico de las gestas deportivas. Vende más la épica atlética que la política y al final hay ganadores y perdedores. Además, parece indudable que en mayo se resolverá el segundo asalto de las primarias en la derecha. El PP necesita recuperar distancia sobre Ciudadanos y los naranjas no pueden permitirse quedar dos veces seguidas a las puertas de sorpasso, sea en votos o sea en plazas de peso. Por su parte, Vox necesita superar las expectativas si quiere mantener creíble su OPA sobre la «derechita cobarde». En la izquierda veremos si el PSOE aumenta su zona de confort frente a Podemos o los morados rentabilizan seguir arrojando la duda naranja sobre los socialistas.

Todo eso es verdad. Pero también que se trata de municipales y autonómicas y las agendas locales ejercen una influencia que suele infravalorarse desde la perspectiva estatal. Además, los electorados evolucionan. No se quedan congelados mirando hacia atrás como, con frecuencia, acontece con sus políticos. Votan mirando hacia delante. Puede que emitan más un juicio sobre aquello que los partidos planeen hacer que sobre lo votado en abril.

El PP vuelve al centro tras haber aprendido, otra vez, que desde los extremos solo pierde elecciones. Veremos qué credibilidad concede su electorado a la contrición de Pablo Casado. No parece la mejor manera de empezar culpar a Mariano Rajoy de unos resultados que son culpa suya y del aznarismo. También comprobaremos si la política se ha vuelto tan líquida como dicen y partidos livianos como Ciudadanos o Vox, sin apenas organización o estructura territorial, pueden asaltar el poder de una organización tan territorial y tan jurisdiccional como la popular.

En el PSOE se les ve convencidos de que su problema reside en evitar que Podemos entre en el Gobierno. En Podemos se les ve seguros en que su problema pasa por asegurar su entrada en el Ejecutivo. Ambos podrían estar cometiendo el clásico error de confundir a sus electorados con aficiones futboleras. Las urnas han marcado una dirección. Morados y socialistas deberían elegir bien las señales a emitir hasta las municipales. Siempre que se pelean, ambos pierden y, cuando demuestran que pueden entenderse, ganan. Ya les han votado con la promesa de convertir sus programas en políticas de gobierno. Pedirles a sus votantes que lo hagan otra vez, mientras sus gestos solo producen desconcierto, supone un riesgo excesivo. No fue el miedo a Vox lo que movilizó al electorado progresista. Fue el hartazgo por el discurso excluyente de golpistas y constitucionalistas, patriotas y traidores, buenos y malos. Mover de nuevo las fronteras para meter a unos y echar a otros no arregla el problema, solo lo desplaza.