El juicio del procés ha cerrado abril con los votantes del 1-O propuestos por la defensa de Oriol Junqueras y Raül Romeva. Todos ellos contaron «gestos violentos» de los policías en los centros electorales; cómo «la policía pegaba y arrastraba a la gente», y hasta «cómo sonaban las porras al abrir cabezas» durante un día que uno definió como «una votación habitual» y otro «normal» hasta llegar al extremo de igualarla con el «28-A». En otras palabras, en sus manos quedó transformar las caras de odio que los agentes que intervinieron en el operativo describieron ante el tribunal por las «caras de miedo» y las lágrimas que ellos vieron.

Todos se cuidaron en contestar con «resistencia» o «protesta» a la pregunta de si trataban de impedir la actuación policial y en querer anteponer su «derecho a votar» a la suspensión del referéndum ilegal del Tribunal Constitucional que hasta hubo quien dijo ignorar. Los que sí lo sabían replicaron con las leyes del Parlament que amparaban la consulta.

El exalcalde de Sabadell Julià Fernàndez fue uno de los agredidos; le rompieron las gafas y la chaqueta, al recibir un golpe en la mejilla y ser arrastrado por el suelo. Joan Salvadó se emocionó al contar cómo vio a su carnicero, al panadero y a hombres corpulentos protegiendo a mujeres, mientras les «aporreaba» la Guardia Civil en San Carlos de la Rápita.

Señaló que no se esperaba esa actuación, porque confiaba en que todo transcurriera como el 9-N del 2014. Pero pese a todo, o probablemente por eso mismo, considera que el del 1-O fue «el mejor voto de su vida». Una ilusión, por la que todos llegaron a los centros de votación horas antes de que abrieran, y que verbalizó la senadora Laura Castel: «La gente tenía muchas ganas de autodeterminarse».

Mientras el presidente del tribunal, Manuel Marchena, trataba sin mucho éxito de agilizar la sesión pidiendo a las partes centrarse en hechos con relevancia jurídica y más cuando por ellos ya «se ha oído a los agentes y se verán los vídeos», la sesión continuó entre la sorpresa por la presencia policial y el recelo a admitir insultos, aunque fuera bajo una lluvia de insultos.

Según Pilar Calderón, que ejerció de apoderada de ERC en un colegio de Sabadell, los agentes «no se llevaron material electoral, sino escolar, disfraces y juguetes». Y Fernàndez añadió que se hicieron con recortables y comida para celiacos. Lo que en cambio ignoraba la testigo era cómo habían llegado al centro las urnas, porque estaban allí cuando despertó.

Tanto en eso como en tratar de negar los insultos a los policías y guardias civiles fue donde los testigos se mostraron más titubeantes, pese a lo fácilmente entendible que sería que ante los golpes se respondiera con insultos por muy pacífica que hasta ese momento hubiera sido su actitud.

Fernàndez admitió que cuando «se vulneran derechos» es fácil que se digan insultos.