Los acontecimientos que hemos vivido en nuestro país en los últimos años, en días como hoy, nos deben llevar a una reflexión pausada, serena y realista de cómo el radicalismo es capaz de encajar su relato y contagiarse para romper la convivencia.

Desde la reivindicación de lo propio y el orgullo de ser valencianos seamos ejemplo de cómo la negación del otro no tiene cabida ni es necesaria consecuencia de la afirmación de uno mismo.

Soy y me siento peñiscolano, valenciano y español y no me arrugo al afirmarlo. Parece que nos entran complejos para decirlo con rotundidad; sobre todo a aquellos que pactan con quienes representan aspiraciones secesionistas o simpatizan con ellas.

Me siento de donde nací pero, sobre todo, me siento comprometido con la democracia, con el marco legal que nos hemos dado para garantizar la convivencia y el respeto de todos. Por ello, en el día de nuestra Comunitat Valenciana quiero constatar la importancia de trabajar por la convivencia, por la paz, por la solidaridad entre territorios, por huir de la tiranía de quien pone una bandera, que no es la de todos, por encima de las personas.

En el día en que muchos van a exhibir valencianía yo no me conformo solo con eso. Quiero insistir hoy, precisamente hoy, en la necesaria reflexión sobre lo que nos une por encima de sobre lo que nos separa; sobre la riqueza de sumar y la pobreza de restar; sobre la importancia de respetar la ley frente a la confrontación fuera de ella.

Desde el extremo norte de la Comunitat, donde los sentimientos y los lazos familiares, los amigos, las costumbres y nuestra idiosincrasia nos unen más allá de las fronteras, quiero lanzar un mensaje de convivencia en paz y de respeto profundo por la legalidad, sin renunciar a la reinvindicación de lo propio, de lo nuestro y de lo de cada cual considere, que nos hace ser mucho más, juntos.