Acaballo entre dos siglos, las últimas cuatro décadas han marcado en la sociedad castellonense en su conjunto una transformación equiparable a la que fue la revolución industrial. Cambios sustanciales, con el adiós a la peseta y la bienvenida al euro incluidos, que han dejado atrás a velocidad creciente aquel aire casi de posguerra que persistía tras el reciente fin de la dictadura y en plena transición en las postrimerías de los setenta.

Varios ejes han decidido en este recorrido que hoy la provincia sea otra, capitalmente diferente de aquella: la definitiva apertura al exterior, la integración completa en la Unión Europea, internet, su desarrollo, y la gran crisis que modificó incluso el modelo económico ya en el tercer milenio, a partir del año 2008.

Todos estos elementos han sido clave igualmente para dibujar la evolución del sistema financiero vigente en este territorio, siempre de la mano de aquello que ha ocurrido en la Comunitat, en España y... también en el mundo.

El carácter marcadamente agrario y conservador desde un punto de vista social del Castellón de los ochenta está en el origen de que en aquellos momentos las cajas rurales (como se ha denominado a las cooperativas de crédito) y las cajas de ahorros, con casi una en cada pueblo y, por supuesto, más de una oficina en cada municipio, se llevaran la parte del león de la cuota de mercado frente a los bancos.

Alza y destrucción de sedes

Todas las entidades financieras contaban en la provincia al acabar el año 1979 con una incipiente red de 319 sucursales, 18 más que las 301 de las que dispone el sector en el mismo territorio en estos momentos, después de alcanzar sus máximos en septiembre del 2008 con 684 sedes. Son los números que ratifican la exigencia de la atención personal como única vía hace 40 años, con oficinas para todos, junto con la evidente y creciente implantación actual de la banca virtual, que aún irá a más.

Despoblación y servicios

Este abandono progresivo de la presencia física de bancos y cajas tiene un símbolo en la propia sede del Banco de España en la capital, icono presente en Castelló desde el 23 de octubre de 1885, cuando se creo por orden del ministro de Hacienda de aquel momento, Salvador de Albacete --el edificio actual, que acoge dependencias de la Subdelegación del Gobierno fue construido entre 1945 y 1959--; hasta diciembre del 2002, cuando la entidad dejó de tener presencia en la provincia de Castellón.

Un dato más para ilustrar el abismo que separa 2019 de la historia reciente es que al menos 88 de los 135 municipios de Castellón carecen de servicios bancarios más allá de las oficinas móviles que recorren el interior para tratar de suplir una carencia de la que las administraciones públicas comienzan a ser conscientes solo ahora, en el contexto de la creciente despoblación del mucho territorio de montaña que incluye Castellón.

La primera fusión

Los últimos lustros del siglo XX apenas depararon novedades en el esquema bancario en la provincia, con la única excepción llamativa, tal vez, de la primera fusión ligada al territorio. La única entidad de crédito no cooperativa y con peso, Caja Castellón, anunció en octubre de 1990 la integración con Caja Valencia, que dio lugar a Bancaja, cuya marca resistió hasta que la crisis se llevara por delante casi 30 años después esta enseña y muchas más, en un proceso de concentración que aún continúa.

No obstante el sector llegó, en general en España, a 1985 tras haber sufrido las consecuencias de la crisis del petróleo, que hizo desaparecer 52 de los 106 bancos que había en aquel momento, en unos años de hiperinflación y paro.

Ya en los noventa y con algunos sobresaltos, con recesiones puntuales y de gravedad relativa, la estabilidad del sistema financiero no pareció en peligro, pero comenzaron a producirse algunas grandes fusiones en el ámbito estatal como la del Banco de Santander con el Central Hispano en 1999 o la del BBVA con Argentaria en el 2001.

Fueron modificaciones más o menos sustanciales del mapa sectorial pero sin implicaciones puntuales de calado en Castellón.

Bonanza y descalabro

Soplaron en general tiempos de bonanza que despegaron entrado el siglo XXI, con una escalada de actividad económica y financiera en la que el crédito se disparó hasta niveles cuyo riesgo nadie quiso ver. La llegada del euro, el 1 de enero del 2002, coincidió con lo que se vivió como una época dorada para la banca: abundancia de liquidez y bajos tipos de interés, que provocaron la pérdida del control del riesgo y las luchas por el tamaño y los créditos bursátiles. El Banco de España, el supervisor, bajó la guardia y fue complaciente por la inercia de la buena marcha económica.

Los hitos de lo sucedido por la combinación del fin de la desenfrenada especulación y la crisis financiera internacional son muchos y todos con el eje en el pinchazo en el 2008 de la descomunal burbuja inmobiliaria, vinculado estrechamente con la crisis financiera iniciada ya en agosto del 2007 y consolidada con la quiebra de Lehman Brothers trece años después.

La caída de las cajas

Treinta años después del auge de las cajas de ahorros, en el 2014 llegó su descalabro y fueron obligadas a convertirse en fundaciones bancarias, desgajando el negocio financiero. Aquí resiste en ese plano la Fundació Caixa Castelló. Como entidades de crédito, en España se pasó de 45 cajas en el 2005 a solo dos, y ninguna en esta provincia.

De 62 bancos y cajas, a tan solo un total de 11 en solo una década, con la fusión de Bankia con el Banco Marenostrum como una de las últimas en ocurrir, siempre a instancias del Fondo de Reestructuración y Ordenación (FROB). El FROB fue, precisamente, el organismo que se creo para paliar la debacle del sistema financiero, que tuvo justo a las cajas como protagonistas y con Bancaja en el centro de una negra historia de mala gestión que todavía hoy continúa en la palestra, con complejos juicios contra dirigentes como Rodrigo Rato por dejación en la gestión, despilfarro y corrupción.

De hecho, en febrero de este año 2019, el castellonense Antonio Tirado, que presidió Caja Castellón y fue alcalde de la capital de la Plana, declaró ante la Audiencia Nacional desde su condición de exconsejero externo de Bankia que, de haber cuestionado las cuentas del grupo, «no estaría aquí, sino en un psiquiátrico», ya que contaron con el visto bueno del Banco de España.

El carísimo rescate

Ya en el 2010, Bancaja, la marca más cercana a Castellón en aquel momento --siempre sin contar las cajas rurales-- fue una de las entidades, junto con Caja Madrid, Caja Ávila, Caja Segovia; Caixa Laietana; ya Caja Insular de Canarias, que crearon Bankia, empujadas por el FROB hacia su concentración y bancarización, con intervenciones, además, de este organismo público necesarias para salvar sus cuentas.

El rescate de la banca española en su conjunto en aquellos años le ha costado a los bolsillos de los contribuyentes 60.600 millones, ya que solo se han logrado recuperar, a través de iniciativas como la Sareb (el banco malo) encargado de vender los activos inmobiliarios tóxicos, unos pocos millones de los 77.000 invertidos en el proceso.

Las cooperativas de crédito

En paralelo a ese rescate, continuaron trabajando las cajas rurales, que abordaron también su concentración, de modo que, por ejemplo, Caja Rural Castellón y otras de la Vall d’Uixó, Vila-real, Burriana, Vilafamés, Xilxes y la Vilavella, se integraron en Grupo Cajamar; mientras que Almassora, l’Alcora, San Isidro de la Vall, Onda, Benicarló, Vinaròs, Vinromà o Betxí, siguieron otros derroteros. Este modelo de las cooperativas de crédito, con modificaciones importantes en el funcionamiento, ha resistido bien los años de crisis y continúan en activo, muy pegadas al territorio, aunque, como todos, con muchas menos oficinas y personal.

La digitalización

Ha llegado para quedarse y la banca que se dibuja para Castellón en los próximos años es la virtual, con una tendencia a la desaparición de las oficinas físicas más allá de la presencia institucional. El reto, no dejar a los pueblos sin el servicio.