Es difícil que un territorio sea único por sobresalir en una modalidad cultural. Pero Castellón ha sabido hacer de una oportunidad su mayor virtud y convertirse por méritos propios en la tierra prometida de los festivales, erigiéndose como el mejor anfitrión posible para acoger un evento melómano de primer orden.

Hace 40 años, esa apuesta --hoy en día tan extendida-- por aglutinar en un recinto a decenas de miles de personas durante varios días seguidos y en torno a una afinidad musical común aún estaba bastante latente en España. Pocos se atreverían a vaticinar en aquella época que esta forma de consumir cultura en directo y a gran escala estaría en la actualidad tan arraigada en Castellón, hasta el punto que asumiría un papel fundamental en la implantación y propagación de este boom en el conjunto del país.

El impacto del FIB, el Arenal y el Rototom, la trinidad festivalera por antonomasia en clave castellonense, ha provocado en los últimos años que el idilio que mantiene la provincia con su celebración sea ya un binomio indisoluble, que no solo ha hecho de la geografía castellonense un referente y un ejemplo a seguir, sino que la popularidad de estas citas ha permitido promocionar y poner en el mapa a Castellón a nivel internacional.

Con el FIB empezó todo

Si hay un macroevento que supuso un antes y un después en la concepción de este fenómeno es el Festival Internacional de Benicàssim (FIB). Su nombre inicial, Festival Independiente, fue ya toda una declaración de intenciones, puesto que la gran acogida que tuvo su primera edición, en agosto de 1995, vino marcada en pararelo por la expansión de la música indie.

Más de 8.000 personas se dieron cita en el Velódromo para disfrutar de esta pionera macropropuesta que dio con la tecla y marcó el camino a seguir para las futuras convocatorias. A los pocos años, cambió de recinto y la incorporación de nuevos géneros en su oferta, como la electrónica, consolidaría la fama del festival, que cada vez fue acercándose más al público británico, un sello que lo ha caracterizado hasta el día de hoy. Fruto de ese deseo de internalización y ese ingente reclamo turístico, el FIB ha llegado a reunir sobre el escenario a bandas de la talla de Radiohead, The Cure, Depeche Mode, Oasis o The Killers, entre otros muchos grupos icónicos, que le permitieron batir récords de asistencia año tras año hasta alcanzar la cifra de 150.000 asistentes.

No obstante, la esencia marca de la casa del FIB que le llevaba a ser un festival de asistencia obligatoria fue perdiendo poco a poco fuelle. Este año, coincidiendo con su 25 aniversario, ha cambiado de dueño y se ha convertido en hermano del Arenal con la esperanza de recuperar la magia que ha perdido por el camino y reencontrar la impronta que han hecho de él uno de los festivales más queridos y valorados en el panorama nacional durante este cuarto de siglo.

La conexión con los jóvenes

Si el FIB sentó las bases y colonizó un sector inexplorado en España, el Arenal Sound ha sabido sacarle aún más partido con su renovado enfoque. Dirigido a un perfil preeminentemente veinteañero y de carácter nacional, la popular playa de Burriana --El Arenal-- que da nombre al festival es cada verano un lugar de peregrinación para decenas de miles de jóvenes desde sus inicios en el año 2010.

Ya sea por tener un escenario sobre la misma arena, por las horas de fiesta ininterrumpida que ofrece en su dualismo de playa y piscina o por los precios populares de sus abonos, su gran activo es que ha sabido conectar con una nueva generación, dispuesta a hacer cola en internet para conseguir una entrada y no permitirse faltar a un evento que más que un festival, es una experiencia sociocultural que ningún joven quiere perderse cada primera semana de agosto.

El alto grado de fidelización de los sounders hace que algo excepcional como agotar todos los tíquets a las pocas horas de ponerse a la venta se haya convertido en norma y que ha aupado al Arenal a posicionarse como el festival más taquillero y masivo de toda España. No en vano, en su reciente última edición, la de su décimo aniversario, el certamen reunió a más de 300.000 personas, con un impacto económico de más de 40 millones de euros en la provincia.

Cuna del reggae en Europa

El Arenal no sería el único macroevento que desembarcaría en la provincia en ese fructífero año 2010. Lo hizo también, procedente desde Italia, el Rototom Sunsplash, un festival de culto a la cultura jamaicana y el reggae. Aunque el proyecto nació en 1994, no sería hasta su desembarco en Benicàssim --en el mismo recinto del FIB-- donde encontró el mejor acomodo para su consolidación y su despegue a nivel internacional.

Con una media de unos 230.000 asistentes por edición, el Rototom apuesta por un ocio enfocado a las familias. Su música nunca ha dejado de ser el componente estrella, pero cada vez tienen más peso las actividades en clave social, con charlas, talleres y debates en las que subyacen los principios y valores que lo abanderan como emblema de defensa de la paz, el medio ambiente, los derechos humanos y el desarrollo sostenible.

El FIB, el Arenal y el Rototom son los máximos embajadores de la vertiente festivalera de la provincia, aunque han habido otros que han intentado seguir su estela. El Costa de Fuego intentó en el 2012 acercarse a los aficionados del rock y el heavy metal, y el Peñíscola From Stage irrumpió este pasado verano para hacerse un hueco dentro de la apretada agenda de muestras de Castellón con su mezcla de pop, electrónica y flamenco.

Los festivales llegaron apenas hace unas décadas, pero han venido para quedarse. Y Castellón, tierra prometida, tiene y tendrá mucho que decir en la evolución de estos eventos culturales de masas.