En tiempos de la posverdad, y a fuerza de ser políticamente incorrecto, la mejor metáfora que podría definir a Arturo Fernández, que falleció ayer en Madrid a los 90 años, sería la letra de una canción de Becky G que hace furor en las músicas urbanas: «A mí me gustan mayores/ de esos que llaman señores / de los que te abren la puerta / y te mandan flores». Dandy perfecto, gentleman, arrogante trufado de inocencia y pinturero.

Tanto en el teatro... como en la vida real. Su última actuación fue el 21 de febrero en el Teatro Arriaga de Bilbao, donde estaba representando Alta seducción. El público, puesto en pie, le cantó el cumpleaños feliz. Entraba en el selecto club de los nonagenarios. Allí empezó a sentirse mal, con fuertes dolores en la espalda y tuvo que interrumpir la gira que estaba realizando por España, y en la que se incluía una visita a Vila-real, después de que no pudiese actuar en Castelló durante las fiestas de la Magdalena, ya no solo en el Principal, sino tampoco en la Cámara de Comercio, y cuya función tuvo que ser suspendida porque el recinto no reunía medidas de seguridad.

La montaña rusa, Pato a la naranja, Smoking o Los hombres no mienten son algunos de sus títulos más conocidos en teatro, aunque hizo también televisión, como las serie Truhanes, Como el perro y el gato y La casa de los líos, con incursiones en el cine, especialmente en los primeros años de su carrera como actor. Algunos de sus títulos protagonizados fueron Un vaso de whisky, La casa de Troya, Rogelia, Currito de la Cruz, La viudita naviera, Novios 68, La tonta del bote, A sangre fría, Los cuervos, Tocata y fuga de Lolita (en plenos años del destape y el aperturismo), Desde que amanece, apetece, entre muchas otras películas que ya forman parte importante de la historia cinematográfica española.

«FRUTO DE UN TRABAJO» // Eterno galán sin fronteras, en la última entrevista que concedió a Mediterráneo, días antes de actuar en el Teatro Payá de Burriana, en la que sería su última comparecencia escénica en la provincia, en septiembre del 2018, mostraba su satisfacción de poder decir lo que «pensaba». Se sentía libre.

Una provincia a la que regresaba «feliz». Incombustible, confesaba su amor por el trabajo: «El día que no trabaje dejaré de ser yo». «Todo es fruto de un trabajo, de un esfuerzo constante», dijo.

Histórico donjuan del teatro, conocido por sus férreos ideales de derechas y criticado por muchos por considerar sus actitudes de seductor como machista, en este rotativo llegó a afirmar que «es una veleidad que el presidente del Gobierno coja un avión y vaya al FIB; lo puede hacer, pero también que se preocupe de lo que importa a los españoles, de sus problemas candentes».