En sus tres primeras películas -'Sangre', 'Los bastardos' y 'Heli'- el mexicano Amat Escalante ofreció retratos brutalmente realistas de la violencia y la opresión endémicas que asolan México. La cuarta, 'La región salvaje' -presentada a concurso en la Mostra-, en parte supone para él un desvío porque para retratar realidades humanas terribles se sirve principalmente de una criatura de otro mundo: una criatura tentacular extraterrestre capaz de proporcionar inconmensurable placer sexual, aunque a un alto precio, que aparentemente llegó a la Tierra en un asteroide pero que en todo caso es pariente de las que pueblan películas como 'La posesión' (1981), de Andrzej Zulawski, o 'Under The Skin' (2013), de Jonathan Glazer.

¿Qué significado exacto da Escalante a la criatura mientras transita entre el cine de autor y el de ciencia-ficción y entre el terror y el erotismo? Probablemente algo relacionado con la agresividad y la misoginia y la homofobia que lacran la sociedad de su país, peor no está claro. De lo que en cambio no hay duda es que 'La región salvaje' es implacable creando tensión y pillando al espectador con el pie cambiado; y la que mejor, entre todas las candidatas al León de Oro presentadas hasta ahora, logra sorprender, desconcertar y sacudir. ¿No es generar ese tipo de reacciones lo que da verdadero sentido a los festivales de cine?

EL DIABLO ENTRE LAS PIERNAS

Otro tentáculo sobrehumano capaz de dar inmenso gozo pero también de hacer daño es el que tiene entre las piernas el italiano Roccco Siffredi, y que usó de forma frenética durante décadas hasta que a principios del año pasado abandonó su carrera como actor porno. Las semanas previas a esa retirada son capturadas en imágenes en el documental 'Rocco', presentado fuera de competición. La película incluye generosas dosis de carne desnuda que suda y traquetea y es abofeteada y pellizcada y rociada con fluidos, aunque nada que la obligue a ser considerada pornográfica. En todo caso, el objetivo de este panegírico es otro: además de hablarnos con nostalgia de su infancia y declararse un hombre de fe y mostrarnos lo mucho que su familia lo quiere y admira, Siffredi se esfuerza por mostrarse como un hombre atormentado por sus adicciones -"tengo al diablo entre las piernas", asegura- y esclavo de su propio personaje. Los lloriqueos y sobreactuados mohínes a los que recurre para ello no dejan lugar a la duda: lo suyo no es el drama, sino el cine de acción.