Sabe muy bien Arturo Pérez-Reverte cómo se va a recibir su novela 'Línea de fuego' (Alfaguara). Con el colmillo retorcido criticando la osadía -no se puede emplear otra palabra tratándose del más fogoso y testosterónico de los autores en castellano- de querer dibujar la batalla del Ebro -la más terrible, la que arrojó 20.000 muertos, la decisiva- con una precisión casi cinematográfica y sin una posición política de partida. Al igual que los soldados de Sam Mendes en '1917', los lectores de la obra pueden atravesar un hiperrealista campo de batalla prácticamente 'check to check' con los combatientes pringándose con el barro y salpicándose de sangre en las trincheras. O por lo menos esa la intención inicial del autor.

Traer lo del cine a colación tiene sentido. De hecho, la imagen peliculera la evoca el propio escritor al explicar esa voluntad equidistante del libro por la que le van a llover las críticas: "Las cosas en el plano general están muy claras, había un bando legítimo que era el republicano y otro ilegítimo que era el franquista, eso nadie lo discute". Ahora bien, la técnica del autor coloca el zoom en las trincheras y en el primer plano se ven las cosas distintas: "Ahí hay voluntarios, sí, pero también chicos obligados a combatir, gente a la que se llevaron de su pueblo y le encasquetaron una boina de requeté o de miliciano sin que les quedase otra". Para dar cuenta de la complejidad, el escritor echa mano de su propia familia: a su padre, niño bien de la burguesía mediterránea, le hicieron luchar por la República mientras que su suegro, un joven izquierdista aragonés, lo hizo por los nacionales.

VÍNCULO CON LA MEMORIA

No es la primera vez que le llueven palos al escritor en este ámbito. Ya ocurrió con su libro sobre la guerra civil explicada a los jóvenes, una necesidad que siente cada vez más perentoria cuando oye a políticos jóvenes utilizar la guerra civil con intenciones políticas. "Cuando se deja a un lado el vínculo con la memoria real y solo permanece la ideología es algo peligroso porque no hay nada más manipulable que las ideologías".

Aunque el autor habló con muchos excombatientes -el último superviviente de la 'Quinta del Biberón' murió hace cinco años- y el libro está bien documentado, su libertad de escritor le llevó a inventar un pueblo, Castellets del Segre, y una brigada, la XI, en la que combaten 2.890 hombres y 18 mujeres de la sección de transmisiones. La presencia femenina es la prueba de que los resultados del MeToo han afectados incluso a novelistas tan interesados por las peripecias viriles como Reverte. "Ninguna mujer cruzó el Ebro y hacía ya tiempo que las milicianas estaban retiradas del frente, pero necesitaba a las mujeres, informadas, disciplinadas y con técnica militar, porque la mujer fue la gran perdedora. En solo tres años las mujeres dejaron de ser libres para acabar obligadas a ser esclavas sumisas".

Dicho lo cual, al autor, que se define como un narrador de historias que se gana la vida con eso, le interesa puntualizar que no es en absoluto un historiador ni su voluntad es limar asperezas entre un lado y otro. "Para arreglar el mundo ya están las onegés. Me gustaría que el libro sirviera de algo a mis lectores pero solo hasta ahí llega mi compromiso".

Se relame con cierto placer el escritor cuando piensa en la posibilidad de no gustar. "Sé que voy a tener muchas críticas y eso me produce un retorcido placer. La verdad es que sería muy triste que no suscitase malestar en quienes utilizan la guerra civil como arma arrojadiza irresponsablemente. Así que si les molesta mi novela, eso me hará extremadamente feliz".

Línea de fuego llega en un momento político muy radicalizado en el que da la impresión de que las heridas de la guerra civil no han acabado de cerrarse, una imagen con la que el escritor no se muestra del todo de acuerdo. "No es que la herida no se haya cerrado, es que muchos políticos han querido reabrirla cuando ya todo estaba resuelto, cuando combatientes como Carrillo o la Pasionaria decidieron que ya habían pasado página. Los actuales políticos, que carecen de aquel aplomo y aquella solvencia intelectual, utilizan los argumentos en blanco y negro de forma maniquea. Pero, vamos, mi novela no está escrita con la intención de corregir eso".