“¡Esto es una jodida locura!” Nadie mejor que el propio Bong Joon-ho para explicar lo que pasó el domingo en los Oscar, la noche en que con la estatuilla de mejor director en la mano y antes de hacer historia con la de mejor película para ‘Parásitos’, prometió “beber hasta el amanecer”. Y no se sabe si cumplió su promesa, pero alrededor de las dos de la mañana salía de la fiesta en el Soho House de West Hollywood donde, con la ayuda de una banda de K-Pop y cócteles, por supuesto con melocotón, se pudo desbordar la celebración.

Poco antes, ante la prensa, Bong se había definido como “simplemente una persona muy extraña”. Recordaba que en 'Parásitos' hizo “solo lo que siempre había hecho” con su productora coreana. Y decía: “Siento que algo me golpeará y me levantaré de este sueño”.

No hay golpe ni es sueño. Hollywood ha abierto su Olimpo a un hombre que lleva tatuado el nombre de su esposa y su hijo en la piel y exuda amor al cine por todos los poros, así como una inquietud por explorar el medio, el género humano y la sociedad. La primera vez que estuvo en Los Ángeles, por ejemplo, sintió que la ciudad era extraña. Plana, horizontal, vasta, ¿inacabable? “No podía imaginar dónde estaban sus fronteras. Siempre quiero conocer las fronteras”.

Ese espíritu explorador y la pasión por el cine empezaron dando enormes alegrías primero a los fans del cine de género y a festivales como el de San Sebastián, que ya en el 2000 proyectaba su opera prima, 'Barking dogs don’t bite', y en 2003 le daba la Concha de Plata por 'Memories of murder'. Pero ha seguido conquistando terrenos y hoy es alegría para los amantes del cine, sin etiquetas.

Bong, nacido en la clase media surcoreana, creció viendo películas en el canal de las fuerzas armadas estadounidenses en Corea mientras el país estaba aún bajo dictadura militar. Los viernes había "algo de sexo y violencia". Salía del cuarto mientras su familia dormía y veía a Peckinpah, Frankhenheimer, Pakula, Schlesinger o Spielberg y serie B.

Pasó por la facultad de Sociología, por el servicio militar obligatorio y por la academia de cine. Lanzó cócteles molotov contra la policía en los peligrosos momentos de la transición y creó un club de cine. Empezó a rodar. Y se fue construyendo ese “fanático del cine” que puede hablar con tanta pasión de Hitchock y Truffaut como de Carpenter y De Palma; de Ingmar Bergman como de John Boorman; de Imamura, Kiyoshi Kurosawa, Hou Hsiao-Hsien o Kim Ki young como de Paco Plaza o Carlos Saura, un realizador que pone en pie al Dolby para celebrar a Scorsese, al que no se le caen los anillos diciendo que llora viendo 'Mad Max. Furia en la carretera' o que, mostrando respeto por la “creatividad” en el cine de superhéroes, descarta rodarlo alegando: “No puedo soportar a la gente que viste ropa apretada”.

El sentido del humor lo exuda dentro y fuera de la campaña de estos Oscar, que le ha convertido en un fenómeno en EEUU. Se los ha ganado mientras se recordaban anécdotas como cuando, mientras Cannes le ofrecía una ovación de ocho minutos, él y su equipo solo pensaban en irse a cenar. O cuando ha recordado cómo, cuando Harvey ‘manostijeras’ Weinstein intentó cortar una escena en 'Snowpiercer', Bong le dijo: “Es personal para mí. Mi padre era pescador”. “¡Deberías haber dicho algo antes Bong!”, le replicó Weinstein, respetando el plano. “Fue una jodida mentira”, ha recordado el cineasta. Su padre era ingeniero.