En los últimos años hemos asistido, no sin cierta sorpresa y siempre con regocijo, a un reflorecer del drama espacial de autor, subgénero que dio en los 60 y 70 ejemplos tan ilustres como '2001: Una odisea del espacio', de Stanley Kubrick, o la respuesta soviética a aquella, 'Solaris', de Andréi Tarkovski, reelaborada por Steven Soderbergh en el 2002.

Ha sido esta última década, sea como sea, la más abundante en odiseas del espacio con impronta personal. Alfonso Cuarón desplegó su conocido virtuosismo en aquella experiencia sensorial llamada 'Gravity'. Un año después, en el 2014, Christopher Nolan nos hacía alucinar y llorar con los agujeros de gusano y las encrucijadas paternales de 'Interstellar'. El año pasado nos llegó 'First man (El último hombre)', de Damien Chazelle, más retrato de personaje que crónica de alunizaje. Y en 'High life', Claire Denis sumaba a la ecuación el más salvaje sexo tántrico.

La (sorprendente) existencia de estas películas no significa que 'Ad astra', el gran estreno de la semana, deje de ser una rareza en el paisaje hollywoodiense de hoy en día. Hablamos de un blockbuster íntimo y con personalidad; una película de presupuesto más que holgado (88 millones de dólares) en la que, sin embargo, se nota la huella personal de su director en cada fotograma.

EL GRAN 'TAPADO' DEL CINE AMERICANO RECIENTE

Ese director es James Gray, uno de los últimos clasicistas de Hollywood, al que reconocen por la calle en Francia pero no tanta gente admira en su propio país, ni siquiera en los círculos críticos. Desde el principio de su carrera, Gray se ha empeñado en cultivar un cierto modelo de película (de mediano presupuesto, con una concepción adulta y moralmente compleja del cine de género) cada vez más arrinconado en la industria. Sus héroes son los maestros del viejo Nuevo Hollywood y los héroes europeos de aquellos, como Renoir, Bergman o, en particular, Visconti, de cuyo realismo operático ha bebido bastante.

En los 70 e incluso los 80, el director de joyas como 'Cuestión de sangre', 'La otra cara del crimen', 'La noche es nuestra' o 'Two lovers' habría tenido una carrera fértil sin grandes esfuerzos, pero estamos en otro tiempo. Scorsese ha explicado así en 'The New Yorker' por qué Gray es algo así como el gran 'tapado' del cine americano reciente: "Estamos en un momento en que las voces personales están siendo marginadas y despreciadas y degradadas de formas nuevas y a niveles nuevos. La idea de desafiar al público ha sido reemplazada gradualmente por la de servir al público, una idea mucho más corporativa, y todo el mundo parece estar siguiendo el juego".

¿Todo el mundo? No todo. Desde el mismo corazón de la industria, una estrella como Brad Pitt lleva impulsando la carrera de Gray desde hace algunos años. Produjo (y estuvo a punto de protagonizar) la gran cinta de aventuras 'Z, la ciudad perdida', con la que el director salió de su zona de confort neoyorquina para rodar en Reino Unido y la selva de Colombia.

EN BUSCA DE TODAS LAS RESPUESTAS

En 'Ad astra', Pitt vuelve a producir desde su compañía Plan B, y se pone en el pellejo del protagonista, Roy McBride, un astronauta que, en el futuro cercano, recibe una misión de alto secreto: averiguar el origen de unas descargas eléctricas destructivas que están llegando a la Tierra desde el espacio profundo. McBride acepta el encargo con ánimo relativo. Empieza a considerar que su trabajo le ha quitado (a la mujer de su vida, por ejemplo, encarnada por Liv Tyler) mucho más de lo que le ha dado. Que ha buscado lo importante en los lugares equivocados.

Pero la misión es difícil de rechazar porque, además de importante, es personal. Según sus superiores, es posible que sea su propio padre, H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones), astronauta desaparecido tiempo atrás en la órbita de Saturno, quien esté enviando esas descargas. El padre que quizá le abandonó, que le inculcó una idea perniciosa de masculinidad. De la Tierra a la Luna, de ahí a Marte y luego a Neptuno, el viaje del héroe es la vez exterior e interior, una búsqueda fascinante de respuestas a una crisis planetaria y otra de cariz personal.

"En cierto sentido, lo verdaderamente desconocido, la verdadera terra incognita, es el paisaje del alma humana", dijo Gray en entrevista con 'Los Angeles Times'. "A veces has de mirar hacia dentro en lugar de hacia fuera. Seguir mirando hacia afuera no da realmente respuestas".

En resumidas cuentas, 'Ad astra' es una película puramente Gray, sobre viajes míticos, padres e hijos, e intensos dilemas morales; rodada con su estilo de siempre, hipnótico, elegante y de una cadencia musical aquí engrandecida por un espléndido score de Max Richter. La diferencia está en la escala del proyecto, cuyo presupuesto triplica al de 'Z, la ciudad perdida'. Gray ya ha rodado antes grandes secuencias de acción, pero la persecución sobre ruedas de 'Ad astra' (en rovers lunares, nada menos) logra superar en espectacularidad y originalidad a la lluviosa y muy Friedkin de 'La noche es nuestra'.

Si después de este magnético despliegue, Gray sigue siendo secreto bien guardado, habremos de convenir en que el mundo (o como mínimo Estados Unidos) ha perdido la chaveta. Es hora, nunca mejor dicho, de la Justicia Cósmica.