Hace un año que Peter se ha ido de casa. Clara y él son pintores, y en los últimos años el éxito de Peter había empezado a verse ensombrecido por el de Clara. Las cosas no iban bien y decidieron separarse por un tiempo. Eso sí, con la condición de que un año después —un día señalado— volverían a encontrarse y decidir acerca de su futuro juntos. A pesar de los meses transcurridos Clara estaba convencida de que Peter no solo se presentaría sino que lo haría para quedarse. Pero tras un par de semanas de espera desde la fecha marcada no puede evitar pensar que algo le ha impedido acudir a la cita.

Esto es lo que Clara Morrow le revela a Armand Gamache en un banco en lo alto de Three Pines, donde el inspector pasa cada mañana desde su recién estrenada jubilación. Lo que en un principio era un desahogo con un amigo termina convirtiéndose en una investigación en toda regla. Para ello Gamache contará con la ayuda de su yerno Jean-Guy Beauvoir, su antiguo segundo al mando. Comenzarán con un par de búsquedas rápidas y descubrirán que tras su partida de Three Pines Peter voló a París, a Venecia, a Florencia; ciudades que a lo largo de la historia han sido destinos frecuentes en busca de inspiración. Las dudas aparecen cuando descubren que el siguiente destino fue Dumfries, un lugar recóndito de Escocia, y que tras su regreso a Toronto se le pierde la pista.

Gracias a la prosa elegante y a la profundidad psicológica a la que nos tiene acostumbrados Louise Penny, nos introduciremos en ‘El largo camino a casa’ (Salamandra Black). Estamos ante una historia de transcurso sereno pero en la que son pocos los momentos en los que la intriga no avanza. Tan solo breves interludios en los que los personajes reflexionarán acerca la importancia de la inspiración en el mundo del arte. ¿Existen las musas? ¿A qué se debe que de las nueve ninguna de ellas fuese ideada para inspirar a los artistas? ¿Puede una musa ser de carne y hueso? ¿Qué ocurre en ese caso cuando muere? A pesar de ello, no hay espacio para el tedio. Pero sí que el lector tiene que ser paciente para encontrar y abrir todas las puertas escondidas en el libro.

Como viene siendo marca de la casa, Penny construye una novela atmosférica donde los lugares a donde nos transporta tienen tanto peso como la trama o la construcción de personajes. El paisaje, las viviendas, los restaurantes. Incluso a través del aspecto y los olores de un camarote de barco logra transmitir sensaciones tanto o más que mediante los diálogos o las descripciones. A esto hay que sumarle un poso de melancolía que consigue pegarse a la piel durante la lectura debido al miedo. El de Clara ante la pérdida de Peter y el de Gamache ante su nueva vida sin trabajar.

Las novelas de Louise Penny suponen un viaje emocional. Te trasladan a sus pequeños bistrós y a los bosques de Quebec. Puedes escuchar el canto de los pájaros y aspirar el aroma de las flores, paladear el sabor del café y de las tostadas con mantequilla. Son libros refugio. Una pequeña puerta al paraíso.