El literato pesimista dice que todo está escrito, y el optimista responde que depende del punto de vista: nadie ha contado la guerra con los ojos de un pigargo europeo. No llega a esos extremos, seguramente exóticos, Walter Kempowski (1929-2007), pero hablar de 'Todo en vano' (Libros del Asteroide), su primera novela traducida al castellano, es hablar del punto de vista. Es tan trascendental la decisión del escritor sobre quién va a contar la historia, o a través de qué ojos va a contarla, como la del director de cine sobre dónde va a poner la cámara, y en su novela más ambiciosa, Kempowski cuenta la guerra desde la distancia: desde una casa de campo, la mansión Georgenhof, donde el conflicto es algo lejano, un eco que se aproxima, una amenaza que se cierne sobre sus habitantes. Algo que manda constantemente señales. Pues hay todo tipo de trincheras en una guerra; muchas más que las excavadas en primera línea de fuego.

El año es 1945. El mes, enero, y el lugar, la Prusia Oriental. Nada detiene el avance del Ejército Rojo, así que los alemanes han empezado a huir hacia el oeste. Algunos, en ese escapar hacia la nada, se detienen en la mansión Georgenhof, que es una casa literaria: el espacio físico donde confluyen las historias y donde se escribe la gran historia, la de la novela. No es sino una afirmación de que forma parte del elenco de protagonistas que Kempowski le dedique el primer capítulo ("en invierno, rodeada de sus viejos robles, parecía una isla negra en mitad de un mar blanco", escribe), que su descripción de los espacios y los objetos sea sistemáticamente rigurosa, llena de detalles, y que, en general, haga lo posible por trasladar al lector la atmósfera de mansión en decadencia pero con huellas del esplendor de antaño que atrae a esos que huyen de la catástrofe a través del implacable invierno prusiano.

En la casa viven Katharina von Globig, su hijo Peter y una tía lejana; más algo de servidumbre. Eberhard von Globig, el marido de Katharina, oficial especialista del ejército alemán, está sirviendo en Italia, lejos de las bombas; su presencia en los pensamientos de la esposa es una de esas señales que envía la guerra hasta la lejana mansión. No la única: así como Eberhard visita constantemente los pensamientos de Katharina, así la isla negra de Georgenhof se vuelve posada de desplazados que cargan con su propio pedazo de guerra a cuestas: un violinista nazi, un aristócrata báltico, un economista, un pintor. El abanico es tan amplio y variopinto como el autor quiere que sean sus vivencias. Y mientras, el frente se acerca. Mientras, una caravana de refugiados toma la carretera. La guerra es un animal terrible cuyos pasos retumban cada vez con más fuerza. Tarde o temprano será algo más que señales.

La toma de distancia le permite a Kempowski abordar la guerra en una de sus facetas más inquietantes: la ambigüedad. En el frente todo es blanco y negro, amigos y enemigos, pero en Georgenhof predomina el gris. Esconder una noche a un judío no parece tan grave, ¿o sí? La guerra está lejos. O no tanto.