La protagonista de Cartas desde un viaje imaginario (Pre-Textos), obra de Lea Goldberg, afirmaba: «Ésta es mi eterna desgracia, los libros me sirven de gafas». A pesar de que su tono pueda parecer un tanto apesadumbrado, yo me inclino a pensar que, en realidad, hace un sutil uso de la ironía, pues los libros son un soporte ideal para ver o dilucidar todo cuanto acontece en el mundo de lo real y también del imaginario.

En los libros uno puede encontrar la verdad, aunque ésta sea ficticia, pues si nos paramos a pensar todo es una construcción. En este sentido, la literatura permite tomar consciencia de la diversidad existente, retrata la confusión, el miedo y la falta de sentido, es una búsqueda constante, ofrece una alternativa al discurso hegemónico. La literatura, como todo arte, reflexiona sobre quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. De ahí que opine que leer sea un acto de verdadero y profundo amor hacia uno mismo, pues no hay escenas tan íntimas y entrañables —e, incluso trepidantes— como las que protagonizamos en el momento de sumergirnos en un libro.

Diría que no hay poder capaz de rivalizar con la imaginación de un lector. No obstante, sí hay poder para captar ese estado de abstracción y ensimismamiento en el que nos adentramos cuando tenemos un libro entre manos. Ese poder procede de la mirada atenta y talentosa, una mirada paciente que, a la postre, logra una interpretación de «lo real», una ilusión de la realidad. La fotografía es la que ejerce dicho poder para inmortalizar acontecimientos y sensaciones, creando mundos privados que hipnotizan y plantean siempre dudas sobre lo representado.

Susan Sontag definía la fotografía como una manera de mirar, y desde hace ya mucho tiempo decidí rendirme ante los pies de aquellos que miraban de una forma genuina esta vida de paradoja y contradicción. Uno de los seres capaces de crear esa huella infinita en mi interior, basándome en su sensibilidad y estética es, sin duda alguna, André Kertész. El trabajo del fotógrafo de origen húngaro siempre me ha despertado sumo interés por su delicadeza y por su concepción de la fotografía como una visión personal del mundo, basada en la expresión propia, independiente de toda tradición visual, algo que vuelvo a tener la oportunidad de comprobar gracias a Leer, uno de los libros de fotografía más relevantes del siglo XX, y quizá el más importante para cualquier lector que se precie, una auténtica joya, una obra de culto que podemos gozar ahora por primera vez en castellano de la mano de Periférica y Errata naturae, quienes han vuelto a unir sus fuerzas tras la excelente sorpresa que supuso la publicación de Tú no eres como otras madres, obra de Angelika Schrobsdorff.

Con prólogo de Alberto Manguel, al que admiro profundamente por su sapiencia, y una nota de Robert Gurbo —experto en la obra de Kertész—, en el presente libro observamos una serie de instantáneas que retratan esos momentos íntimos de lectura en azoteas, parques públicos, calles abarrotadas... y en distintos rincones del planeta. Son imágenes poéticas, misteriosas, atrayentes. En ellas se observa cierta inocencia en el placer del lector absorto. Algunas de ellas son memorables, verdaderas obras maestras que uno nunca se cansaría de observar, preguntándose curioso sobre su protagonista y sus sentimientos acerca del poder evocador de la lectura. Y el tiempo se detiene y todo cobra sentido.

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LEER

de André Kertész

Prólogo: Alberto Manguel

Editorial: Periférica & Errata naturae

Madrid/Cáceres, 2016

Páginas 80