Michel Houellebecq es uno de los pocos escritores de relieve de nuestra época, o de cualquier época, en emprender una carrera paralela en el mundo del cine. Tras dirigir 'La posibilidad de una isla' (2008), adaptación cinematográfica de su propia novela homónima, desde el 2014 el francés ha aparecido como actor en varias películas en las que parece hallar deleite en la caricatura de sí mismo y usa su cara de perro pachón con insomnio para derrochar pétrea vis cómica y una fragilidad irresistiblemente tierna. Si en el más famoso de esos títulos, 'El secuestro de Michel Houellebecq' (2014), el director Guillaume Nicloux imaginaba el rapto del literato a cargo de un trío de paletos -impagable la escena en la que el Premio Goncourt intentaba aprender artes marciales-, en la secuela que este miércoles ha presentado a concurso en San Sebastián lo somete a otro tipo de confinamiento.

'Thalasso', en efecto, transcurre en un centro de talasoterapia situado en la ciudad normanda de Cabourg -que en su día lanzó a la fama otro escritor, Marcel Proust-. Durante sus primeros minutos de metraje, llenos de desternillante 'slapstick', vemos cómo el cuerpo de Houellebecq es amasado, triturado, manchado de barro y encerrado en una cabina de crioterapia por culpa de la que, así lo cree él, sus genitales acabarán congelados. Durante todas esas torturas la víctima, desnuda e impotente, apenas alcanza a emitir apagados gemidos o a farfullar lamentos ininteligibles. En esos momentos iniciales, la película deja claro que, si algún día le abandona la inspiración literaria -algo que, a juzgar por su libro más reciente, 'Serotonina' (2019), no es del todo descartable-, siempre puede triunfar como émulo de Buster Keaton.

Inicialmente desesperado por la prohibición de fumar y beber que pesa sobre él, Houellebecq parece ver la luz cuando un día de topa en el spa con Gérard Depardieu, también ingresado allí para una cura. Tanto el escritor como el actor son dos personalidades galas particularmente polémicas y provocativas, dos objetos de culto cuyo genio mediático siempre ha estado vinculado a formas dispares de extrañeza, excentricidad y hasta fealdad. Por un lado, la campechanía explosiva y oronda; por otro, la hiperlucidez depresiva y demacrada. El contraste que Nicloux establece entre ambos es tan inmediatamente ridículo que la película bien podría haberse llamado 'Las aventuras de Michel y Gerard'.

Reflexiones sui generis

Las siguientes escenas nos los muestran escondiéndose como colegiales para fumar, trasegar vino blanco y comer paté mientras debaten la existencia de Dios, todo ello con unos albornoces blancos como única vestimenta. Houellebecq intenta ligar tímidamente con una empleada del establecimiento. Depardieu afirma que el cine y su propia carrera son "una mierda". El escritor reflexiona sobre su abuela muerta y sobre la resurrección mientras las lágrimas brotan literalmente de sus ojos y Depardieu lo contempla estupefacto. Posteriormente, sueña que ve a Sylvester Stallone semidesnudo en una playa cercana. Y así.

Mediada 'Thalasso', aparecen en escena los tres paletos de 'El secuestro de Michel Houellebecq' para pedir a su antigua víctima que los ayude a reparar el matrimonio entre los padres de uno de ellos -algo incompresible considerando la falta de romanticismo y la misoginia proverbiales del novelista-, y entonces la película naufraga, esencialmente porque deja de prestar atención prioritaria a su particular versión de Laurel y Hardy, y, en concreto, a ese escritor al que no le falta ni arquear una ceja para resultar hilarante. Pero esos 10 primeros minutos de metraje 'slapstick' petrificado ahí quedan. Si el jurado tiene el suficiente sentido del humor, a ellos debería ir a parar este año el premio al mejor actor.