Almassora tiene motivos para ilusionarse con un nuevo torero. Juan Marín se llama. El joven espada hacía ayer su presentación en la plaza de toros de València y no pudo caer con mejor pie. Atendiendo al resultado numérico, el balance es difícil de superar: dos orejas y puerta grande. Y guiándose por las sensaciones, si cabe las esperanzas son todavía mayores. Su puesta en escena fue un quite garboso por chicuelinas en el eral de su compañero. El remate tuvo torería. Marín manejó con buen aire el percal y es que en el recibo a la verónica, en su turno, soltó bien los brazos y le volvió a volar bien el capote. Visto esto, no cabe duda que las horas al lado de su amigo y paisano Varea han surtido efecto.

La actuación de Marín estuvo presidida fundamentalmente por la distinción y el buen gusto. El toreo en redondo surgió ligado y reunido, todo en un palmo de terreno. Se abandonó por momentos, encajando riñones, con la figura erguida. Muy vertical. La faena tuvo, además, como virtud, ir de menos a más. En este caso, a mucho más cuando se echó la muleta a la izquierda. Ese fue el pitón del novillo y no lo dejó escapar. El trasteo alcanzó momentos de mucho nivel. Los naturales surgieron templados, a veces muy templados, profundos, largos, con ritmo. Con el premio asegurado, solo quedaba la espada. Se tiró a matar con rectitud y enterró el acero al segundo intento. A sus manos fueron a parar las dos merecidas orejas.