Su octavo largometraje ofrece el mismo tipo de mezcla entre lo personal y lo social que ya convirtió en éxito varias de sus películas previas, como 'Flores de otro mundo' (1999), 'Te doy mis ojos' (2003) o 'El olivo' (2016). En concreto, 'Yuli' recrea la vida y el arte de Carlos Acosta, que pasó de robar mangos en un barrio marginal de La Habana a convertirse en una leyenda mundial de la danza, y mientras lo hace funciona a modo de repaso de la historia de la Cuba de las últimas décadas.

¿Qué le atrajo de la historia de Carlos Acosta?

Varias cosas. En primer lugar, me interesó que habla de un chaval humilde en La Habana que llega al estrellato pese a que inicialmente ni siquiera quiere ser bailarín; es el anti-Billy Elliot, aunque con el tiempo, es cierto, el baile deja de ser su cárcel para ser su refugio. En segundo lugar, me impresionó lo mucho que a Carlos le dolía estar lejos de Cuba en una época en la que la mayoría de cubanos ansiaban precisamente huir del país; a veces le disgustaba tanto estar lejos que casi ni era capaz de bailar. Y, por último, creo que su trayectoria ilustra a la perfección la responsabilidad que el talento conlleva. ¿Tiene un artista derecho a hacer caso omiso a su arte? Yo no estoy segura. Si posees un don, tienes el deber de usarlo y afrontar todos los sacrificios que conlleva.

En ese sentido, ¿se identifica con el periplo de Acosta? Después de todo, usted también empezó a actuar de niña.

No me atrevo a compararme con él. En todo caso, comparto su pasión por comunicar emociones a través de la interpretación, y sus ganas de arriesgar, y de mostrar tu trabajo al público sin estar nunca seguro de si realmente tiene algún valor. Para mí cada película es un salto mortal sin red; y 'Yuli', por su peculiar estructura narrativa, lo es especialmente.

La película, en efecto, es una mezcla de 'biopic' y espectáculo de danza. ¿Cómo diseñó las secuencias de baile?

Me importaba que tuvieran presencia y sentido dramático. Quería alejarme de todas esas películas sobre ballet en las que apenas se baila, como 'Billy Elliot' o 'Cisne negro'. Una vez decidido eso, el desafío fue hacer la danza atractiva para el espectador. Capturarla usando planos cortos implicaba perder la sensación de movimiento, mientras que abusar de planos generales haría al espectador sentirse como frente a una representación teatral o una emisión televisiva.

¿Hasta qué punto ha usado la historia de Acosta como vehículo a través del que hablar de la de Cuba?

Carlos y su familia, como tantos otros cubanos, fueron víctimas de las penurias económicas durante el Periodo Especial y testigos de la crisis de los balseros y el éxodo de muchos a Miami. Al retratarlo a él es inevitable retratar su país. En cualquier caso, he querido hablar de la escena cultural de Cuba, que es verdaderamente impresionante pero no muy conocida. Su escena musical sí es famosa, pero su panorama cultural también está lleno de pintores, e incluye una cantera de cineastas increíble como la Escuela de San Antonio de los Baños; y con muy pocos medios se ha logrado formar a bailarines increíbles, muchos de los cuales integran varias de las grandes compañías del mundo.

¿Qué futuro cree usted que le espera a la isla?

Tendrán que trabajar mucho para que ciertas cosas empiecen a funcionar, porque sigue habiendo gente que sufre enormes penurias y carece de acceso hasta a productos de primera necesidad. Por otra parte, me fascina el espíritu comunitario de sus habitantes. A diferencia de países vecinos, en los que hay una violencia endémica y la vida no vale nada, en Cuba la gente tiene un sentido de la solidaridad admirable.

¿Le molesta que se la considere una directora de cine social?

En cuanto oye la expresión "cine social", el espectador se imagina unas películas aburridísimas y deprimentes, así que prefiero no usarla. Me resisto a que cuelguen a mis películas etiquetas reductivas como "cine de mujeres" o "cine político". Después de todo, todo el cine es social y político. Los 'blockbusters' de Hollywood, por ejemplo, no son mero entretenimiento; la mayoría de ellos promocionan valores como el materialismo, o el patrioterismo.

Han pasado 15 años desde que usted se consagró gracias a 'Te doy mis ojos' (2003). ¿Se imaginaba entonces que hoy el maltrato machista seguiría siendo una lacra de tal magnitud?

Recuerdo que al ver la película mucha gente se sorprendía de que en España tuviéramos un problema de maltrato. Siento que, en ese sentido, sirvió para arrojar luz sobre el problema, pero las cifras demuestran que la visibilidad no ha servido para gran cosa. Y creo que las redes sociales no han hecho más que dificultar los mecanismos de control. Sobre el papel parece claro que se ha conseguido una concienciación sobre la gravedad del asunto, incluso entre los hombres, pero hace falta un cambio cultural más drástico. En todos los ámbitos sociales y laborales, la mujer sigue desempeñando un papel secundario.

¿Qué dificultados tuvo usted que afrontar por ser mujer?

Yo tuve suerte porque empecé de muy niña y, cuando me puse a dirigir, en la profesión me conocía todo el mundo. Pero siempre me he sentido un poco sola en esta industria; hay muy pocas mujeres escribiendo, produciendo o dirigiendo películas. Y lo peor, como digo, es que el cine no es una excepción. Es urgente que las mujeres empiecen a ocupar las posiciones sociales desde las que se decide qué hacer y cómo hacerlo.